martes, 13 de diciembre de 2011

La enfermedad en el valle de Burón (Fonsagrada) a mitad del siglo XX


06/12/2011 - Gumersindo Rego Fernández / El Progreso (Lugo)

Ante un problema importante, en el pasado, se acudía al médico, pero no había Seguridad Social Agraria y se utilizaban con frecuencia remedios caseros.

Se tomaban hierbas medicinales: valeriana, árnica, mastorzo, romero, ciridoña, etc.

Había adultos con cicatrices de viruela y se vacunaba a los niños contra esta enfermedad. Se observaban casos graves de tuberculosis incluso en gente joven. Empezaba a usarse la estreptomicina.

Por problemas articulares se acudía al compostor o curandero. Para componer por ‘o fío’ se hacían cruces sobre la articulación con ramas de un arbusto diciendo: «Fío torto e fío destorto. Dios queira que crezca o nervio no óso como o cueiro no horto, pola gracia de Dios e o espírito santo». Mezcla de religión, magia y medicina.

Se usaban ventosas. Se ponían monedas de cobre en la espalda y sobre ellas un algodón con alcohol, al que se prendía fuego; encima se ponía un vaso invertido. El vacío generado succionaba. Se desprendía el vaso y aparecía un abultamiento amoratado, que sugería que el mal había salido. La extracción e identificación del mal con un producto oscuro fue recurso de chamanes como refleja Ben Goldacre en su libro sobre Mala Ciencia (Bad Science. HarperCollins, London , 2008).

La espinilla caída se detectaba sentando al paciente con los brazos en alto y comprobando que no igualaban sus dedos. El experto tiraba y mostraba que había conseguido igualarlos.

El bocio era endémico.

Eran frecuentes las verrugas (papilomas). Algunos creían que aparecían al contar estrellas. Se trataban con látex de higo verde y otros remedios.

Los ‘urizolos’ (orzuelos) se trataban quemándoles la casa. Se preparaba una especie de muñeco de paja que se ponía sobre brasas y se exponía el ojo al humo hasta que no se aguantaba más.

Para prevenir la gripe se hacían fricciones -‘fregas’- con un tejido áspero hasta que la piel se enrojecía y se sentía calor. Al calor se le atribuía efecto antigripal por eso se tomaban también ‘aferventados’.

Abundaban las pulgas, piojos y lombrices. Contra pulgas y piojos, además de los pulgares, se usaban insecticidas.

Se tomaba ‘escorzonera’ o ‘xeixebra’ para las lombrices y la diarrea estaba asegurada.

Se decía que la mujer estaba mala durante la menstruación y debía guardar ciertos cuidados. Residuo de la histórica impureza.

Los partos solían tener lugar en el domicilio. Al niño se le solían buscar parecidos con el padre, quizás queriendo referirse al esposo. A las parturientas se les solía regalar una gallina y vino dulce para fortalecerlas.

El ‘sedelo’ era un tratamiento para enfermedades del caballo. Se perforaba un pliegue de la piel del cuello y se pasaba a su través un pequeño tallo de madera (o de cuerda) que se dejaba colocado algunos días, desplazándolo periódicamente y lavando con agua. Se producía una supuración.

‘Enherbar’ era un tratamiento que se aplicaba a cerdos enfermos y consistía en injertarles en una oreja un tallo de hierba ‘allaveira’ (Hallaevorus foetidus) que provocaba supuración y necrosis.

Algunas ovejas padecían ‘o rebullón’, perdían el control del rebaño y se extraviaban.

Los caballos padecían una especie de cólico grave, ‘tarazón’.

Las vacas solían tener garrapatas -‘moscaveiras’- en lugares poco accesibles. Las larvas de la mosca Hypoderma bovis les producían los ‘vérragos’.

La angustia humana ante el envejecimiento y la caducidad de la vida ha quedado reflejada en la narración más antigua de la historia, en Sumeria, hace 4.300 años, sobre las aventuras de Gilgamesh en busca de la inmortalidad.

El hombre luchó siempre contra la enfermedad y la muerte, recurrió a la magia y al chamanismo, buscó la fuente de la eterna juventud; los alquimistas, a lo largo de milenios, buscaron el elixir de la eterna juventud y algunos encontraron la muerte al tomarlo.

Desde antiguo (Paracelso) se propuso el principio homeopático -lo semejante cura lo semejante- que aplica en medicina el principio de la magia homeopátiaca. Samuel Hahnemann en el siglo XVII reinterpretó la homeopatía proponiendo que lo que es capaz de reproducir los síntomas de una enfermedad puede curarla. Algunos síntomas como dolor fiebre e inflamación forman parte del proceso defensivo, pero dentro de los límites previstos por el organismo, que hay que suponer son los óptimos de acuerdo con la selección natural, nada hace suponer que sobrepasarlos sea beneficioso.

Muchos de los tratamientos que se realizaban en Burón, actualmente desaparecidos, responden a estos principios y no deberíamos contemplarlos con desprecio porque más que desaparecer se han transformado, como veremos.

La ciencia médica basada en el pensamiento lógico ha logrado grandes avances en la lucha por la vida y contra el envejecimiento y la muerte y sus aspiraciones son ilimitadas, algunas parecen pura fantasía como la crionización -congelación de cadáveres soñando con su futura resurrección-, otras ya son realidad como la trasferencia de funciones vitales a soportes mecánicos y electromagnéticos en forma de prótesis, chips, memoria e inteligencia artificiales, etc. y es difícil imaginar a dónde puede llegar el planteamiento transhumanista.

Pero el avance de la medicina es lento y la angustia humana apremia; se buscan atajos: medicina alternativa, parafarmacia, etc.

Ya no se buscan ni el elixir ni la fuente de la eterna juventud, pero se sigue recurriendo al agua como elemento purificador y curativo (hidroterapia, balneoterapia, etc.), más por el papel histórico del agua en rituales de purificación que por evidencia científica de su beneficio en estas terapias (Kamioka, J Epidemiol, 2010). Se proponen dietas milagro y se venden píldoras para todo. En US se gastan 20.000 millones de dólares al año en suplementos dietéticos, minerales y vitamínicos de utilidad más que dudosa e incluso perjudiciales en personas normalmente nutridas (Redberg, Arch Intern Med 2011). Se promocionan los antioxidantes, sin evidencia suficiente que apoye su uso suplementario en prevención de la mortalidad y que incluso pueden aumentarla (Cochrane Database Syst Re 2008) y es lógico porque, aunque los radicales oxidantes pueden dañar el organismo, disponemos de un sistema antioxidante optimizado por selección natural. Un aporte extra, en sujetos que tomen suficiente verdura y fruta, no tiene por qué ser beneficio e incluso puede ser perjudicial porque los radicales oxidantes son útiles al organismo como arma defensiva.

A pesar de que los tratamientos homeopáticos, basados en minidosis y en una concepción holística y mágica del universo, no tienen efecto real suficientemente demostrado (Ernst, Br J Clin Pharmacol 2002; Shang, Lancet 2005), gozan de amplia popularidad y constituyen un lucrativo negocio.

El efecto placebo contribuye a que se perpetúen prácticas de dudosa eficacia. Se trata de la mejoría que experimenta el paciente por la esperanza que pone en un tratamiento, no por efecto real de éste, algo parecido al reflejo condicionado por el que los perros de Pavlov segregaban saliva al sentir un ruido que se había asociado previamente al aporte de alimento.

El problema no sería grave si el paciente no deja de acudir a tratamientos de eficacia probada fiándose de otros de efecto más que dudoso. Otro factor de confusión es la regresión a la media: las cosas tienden a volver a la situación de equilibrio habitual; muchas enfermedades son agudas o cíclicas y tienden a mejorar, mejoría que puede atribuirse a algo erróneamente.

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