miércoles, 7 de agosto de 2013

L´autoridade

La historia de Hermenegildo, el recaudador PUBLICADO NA "NUEVA ESPAÑA DE OVIEDO" MANUEL GARCÍA LINARES Hace años, en mi pueblo vivía Hermenegildo, un buen hombre que, procediendo de Fonsagrada, se afincó en Navelgas con su familia, creo recordar que tenía tres hijos y una hija. Todo esto sucedió cuando mi pequeño pueblo desarrollaba una dinámica atractiva para gentes de Galicia -muy atrasada entonces-, León e incluso de algunos lugares castellanos y extremeños; confieso, con vergüenza, que no conozco Fonsagrada y lo tengo que hacer porque se lo había prometido a unos amigos que me dijeron que desde Grandas ahora se va con mucha comodidad. Hermenegildo era un hombre recio y afable, siempre llevaba un caballo negro, sujeto por el ramal, seguido de un perro; su ropa era sobria y fumaba, como muchos de la época, picadura liada en papel zig-zag, que cogido con las dos manos, en ademán de tocar la armónica pasando por su lengua la goma de una de las partes para pegar el pitillo; este papel también se usaba, frecuentemente, para pequeñas heridas o cortes sufridos durante el afeitado. Hermenegildo era todo un filósofo que opinaba sobre la sociedad de la época en el desaparecido café del Lucero, en el de Alfredón o en el bar de Encarna. En estos lugares se juntaban una serie de personajes dignos del más alto parlamento: Hermenegildo, al igual que Eustaquio, el minero de Cenera, era Vigilante de Arbitrios y ambos controlaban la báscula en la que pesaban, los días de feria, terneros, vacas o toros que compraban los tratantes de la zona, para, posteriormente, venderlos a vascos o catalanes. Era la época de los fielatos, -puestos «aduaneros»- que se situaban en los límites municipales. En Aristébano había un fielato perteneciente a Luarca controlado por Paco, un excelente bailador del grupo de La Rogelia; en las épocas de las matanzas los vigilantes de Arbitrios Municipales visitaban las casas en donde efectuaban matanzas para cobrar el arbitrio. En cierta ocasión, cumpliendo Hermenegildo con su noble misión de recaudador, se encontró en un pueblo con la negativa de Pacho, un vecino que estaba de matanza y que, como todos en la comarca, era viejo conocido; el vigilante, en sus funciones, se empeñaba en cobrar y Pacho se resistía. -Me tienes que pagar los veinte reales -decía Hermenegildo-. De lo contrario te atendrás a las consecuencias. -¿Por qué tengo que pagarte a ti? ¿ Quién eres tú para cobrarme ? Hermenegildo, en un arrebato de carácter, le contesta, a la vez que se enderezaba se gorra de plato: ¡Yo soy l'autoridade ! Aquel buen hombre falleció sin abandonar en ningún momento su acento ni forma de hablar de fonsagradino. Cuando nos abandonó ya llevaba unos años jubilado y con él se perdía una popular, cercana y singular figura de recaudador; quedaban aquellos otros que aparecían con una cartera alargada en donde albergaban las letras de cambio; eran los «corresponsales» de la banca, que a no tardar igual los volvemos a ver. En cuanto a la recaudación municipal, ahora es todo mas frío, un comunicado certificado de los servicios tributarios; ya no hay gorra de plato ni posibilidad de discutir con la «autoridade», ahora la autoridad es, como casi todo, virtual, todo es producto de la «maquinaria del sistema», similar a la «nomenklatura» soviética, en donde los cargos gozan de los privilegios de sus funciones exprimiendo a los ciudadanos como burocráticas almazaras estrujándonos en sus prensas entre esteras de esparto, como si fuésemos aceitunas, para sacarnos hasta el último céntimo. Ayuntamientos que han visto, día a día, mermar sus habitantes, que los han visto envejecer y pese a todo ello, metidos en deudas millonarias ( en euros ), siguen empecinados en una huida hacia delante, con un gran delirio de grandeza, presumiendo de mayorías absolutas ganadas por los favores concedidos a través de la distribución del dinero, público, como si del «maná» se tratase, dando cabida en la Casa Consistorial a todo aquel que garantice la fidelidad del favor concedido sin tener en cuenta el presente, ya triste, ni el dudoso futuro. Vemos derrumbarse en nuestro entorno sistemas como el de la Unión Soviética y ahora se nos derrumba el sistema occidental y la tan pomposa Unión Europea, en parte por el exceso de burocracias en donde los que son designados para regir los destinos o para administrar los «nuevos fielatos» han abusado de sus privilegios olvidándose de que han sido votados para servir al pueblo, no para servirse del pueblo; el pueblo, que ya se cansa, empieza a recordárselo. Es tremendo cómo el ser humano, revestido de poder y gorra de plato, se transforma en presuntuosa «autoridade» y olvida sus funciones. Una vez mas, en pleno siglo XXI repetimos los errores porque seguimos tropezando en la misma piedra.

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