¿Por qué la Unesco ha declarado como patrimonio de la humanidad hace unos días los caminos Primitivo y del Norte?
Las guías turísticas han apodado a Buthán, en el
Himalaya, como el Reino de la Felicidad. Pero mucho más cerca, aquí en
Galicia, hay otras montañas donde algunos de los peregrinos que las han
recorrido dicen haberla encontrado. No son unas cumbres tan altas como
aquellas, pero son capaces de elevar al que las recorre hasta el
nirvana. Y al observar desde lo alto los valles o los frondosos picos
verdes que acarician las nubes, más que humano, uno descubre lo que
implica ser un pájaro. Basta esa sensación para justificar por qué el
Camino del Norte, contemporáneo del Francés, o el Camino Primitivo, la
primera ruta a Compostela ideada por Alfonso II el Casto en el IX,
merecen ser Patrimonio de la Humanidad. Porque recorriendo los paisajes
por los que se deslizan esos trazados abiertos en la Edad Media los
humanos recuerdan que son humanos. Vuelven a disfrutar de la naturaleza.
Clothilde sabe resumirlo en su dulce francés: «En estas montañas habita
la felicidad. Es magnífico. Algo increíble».
Ha venido de París. Quería pensar y se tomó su
tiempo. Esta es ya su quinta semana en ruta. Se puso la mochila en Irún,
en el Camino del Norte con la idea de dirigirse hasta Santiago. Al
llegar a Oviedo se desvió para tomar el Camino Primitivo. La capital
asturiana es donde ambas rutas se unen, la encrucijada en la que los
caminantes han de elegir entre continuar guiándose por la brisa del mar
que alivia su sudor a lo lejos o ir por la montaña cruzando A
Fonsagrada. En el tramo primitivo se encontró a Gabriel Urbina, un joven
de Cádiz que estuvo viviendo en el extranjero: «Quería haber hecho el
Camino pero cuando venía en vacaciones no podía porque iba a casa. Ahora
he vuelto...».
Él avanza más rápido. Ella va más despacio. Pero sus
encuentros van intercalándose con los de otros romeros durante los días
que dura su peregrinaje. Lo que han visto hasta ahora ha superado sus
expectativas: «Esto es mucho mejor de lo que esperaba. El paisaje, la
gente que encuentras caminando y la que ves por los pueblos...». A ella
le fascina «la naturaleza, las pequeñas aldeas, el trato con la gente...
todo».
Los habitantes de la montaña saludan y celebran con
alegría la llegada de esos peregrinos que llegan desde Oviedo o Irún.
Los primeros llevan bastón para descansar sus años. Los otros para
ayudarles a sortear las piedras. Hay un bar-cantina en Parada Vella
desde el que los vecinos de esa aldea de A Fonsagrada ven pasar a los
peregrinos que recorren el Camino Primitivo. Hace calor, pero la brisa
de la montaña inmensa alivia las piernas cansadas. Breda y Martin entran
para comprar un zumo grande para beber. No hay. Entonces continuan
Camino. Vienen de Holanda y comenzaron a andar en Irún. En el 2002
habían hecho la ruta francesa. Prefieren esta. «El francés es más
religioso. Este es más natural. Las flores, los paisajes... todo es tan
hermoso», dicen. Y dejan el asfalto para continuar por los caminos de
tierra que van sorteando la montaña con rumbo hacia el concello de
Baleira.
La ruta es angosta. Escarpada. Alta montaña. Una
pareja de alemanes sube la montaña en dirección a Baleira, el fin de la
primera etapa del Camino Primitivo en Galicia. Han pasado junto a las
ruinas del hospital de peregrinos medieval del alto de Montouto y ahora
caminan por medio de un bosque de pinos. «La vista es magnífica, pero a
veces no ves lo que tienes alrededor», dice ella. Explica que hay
momentos en los que vas tan concentrado que no sabes qué ocurre
alrededor. No ves lo que está ocurriendo. «Es otra buena forma de
meditar», explica. Y continúa montaña arriba, caminando entre las
mariposas que revolotean a su lado, mientras se posan en los toxos, los
helechos...
Unas rutas que aún no están desbordadas
A la sombra del monasterio de Sobrado dos Monxes, en
el concello coruñés del mismo nombre, los peregrinos descansan sobre la
hierba mezclados con los turistas de cámara en mano que se acercan a ver
el monumento. Algunos duermen por parejas. Otros están solos, reposando
tendidos sobre una roca. Es la hora de meditar. La ruta que viene del
Norte aún les permite hacer eso. Hay peregrinos, cada vez más. Pero no
son tantos como los que toma cada verano el Camino Francés. Los que
descansan junto al monasterio, donde cobran un euro por entrar a verlo,
saben que esa es la penúltima etapa antes de desembocar en la vía que
atraviesa Castilla desde Roncesvalles. Luego vendrán las mañanas de
carrera para coger espacio en los albergues.
Dan e Igmar Gabriel son padre e hijo. Son holandeses.
Parece que acaban de llegar a Sobrado dos Monxes porque aún llevan su
equipaje a la espalda. Pueden comparar porque han hecho los dos. El
Francés hace unos años. Ahora el del Norte. Al primero le gusta más el
Francés, pese a reconocer que ahora hay mucha gente. El segundo no sabe
elegir.
El Camino del Norte es el que ha elegido Cristian, un
rumano que lleva tatuada la concha peregrina en un brazo. ¿Qué
destacan? La paz de caminar, el paisaje, la belleza de monumentos como
el que tienen enfrente...
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