martes, 20 de julio de 2010

Una aldea de Galicia (MAZAEDA- A FONSAGRADA) a mediados del siglo XX



ARTICULO PUBLICADO EN EL PROGRESO POR EL MEDICO FONSAGRADINO GUMERSINDO REGO

Mazaeda, una aldea de A Fonsagrada, ha experimentado una vertiginosa evolución en los últimos años, por lo que procede reflejar algunas vivencias de aquella época, extrapolables, pues se ha dicho que la naturaleza tiende a comportarse siempre de la misma forma (P. de uniformidad de Grosseteste) y que, en ausencia de evidencia contraria, una muestra particular es ejemplo típico del conjunto del que procede (P. de mediocridad de Copérnico).
El poblado
Al fondo del pueblo está la Fonte da Plata, en cuyas proximidades se dice que hay una piel de buey llena de oro; a la derecha la capilla de San Roque con el escudo de Pasarín; en la parte alta, la casa de Pasarín, con su escudo (un pájaro, un árbol y un cáliz) y una inscripción de 1717 con la Cruz de Malta; a la izquierda, al lado de la casa, la capilla de Peñamaría, con el escudo de Pasarín y el familiar (relieve en piedra y la palabra María); al sur, ‘Llan de Castro’ con un castro enterrado.
Al oeste, en la cima de la sierra, al lado del ‘camín grande’, hay mámoas o modorras, algunas con hundimiento central; en una de ellas, a 1,5 metros de profundidad, en torno al año 1945, se encontró un hacha de piedra de más de 15 centímetros de largo, de color azulado, que se perdió. Por encargo de Enrique López, Manuel Fernández (testigo presencial) hizo una réplica para el museo de A Fonsagrada. Cerca del hacha había una piedra con inscripciones que quedó allí. El hallazgo sugiere creencias en vida después de la muerte y que el difunto podía necesitar instrumentos que le habían sido útiles en vida.
Las gentes. Cultura
Se decía que la casa de Pasarín había sido de «horca y cuchillo» y que ajusticiaba los condenados en a ‘Rigueira da Pena’, en la vertiente sur de O Retorno, monte que sube hasta la sierra, donde hay tres cruces grabadas. Más abajo se encontró una hornacina subterránea con objetos de metal que, al parecer, fueron llevados al museo de Lugo. Descendiente de esta familia sería la vicepresidenta del gobierno (María Teresa Fernández de la Vega), según ya se recogió en El Progreso.
Antiguamente, los vecinos aportaban productos a la familia Peñamaría a cambio de facilidades para hacer el servicio militar. Un Peñamaría era alcalde de A Coruña.
En cada familia del pueblo había varias generaciones. Era patente el dominio del hombre, en muchos aspectos, como a la hora de formalizar documentos públicos, residuo de tiempos lejanos, quizás desde el surgimiento de la propiedad privada, cuando el varón sintió la necesidad de asegurarse de que sus hijos lo eran de verdad.
La escuela era fría, y el tiritar de dientes frecuente; había castigos físicos y se oía la expresión «la letra con sangre entra». Los azotes a los niños formaban parte de la educación, y no había conciencia de que ocasionasen perjuicios.
Economía
La economía se basaba en la agricultura y en la ganadería, que eran de subsistencia. No había seguridad social ni jubilación. Se cobraba un subsidio por los hijos. La dependencia mutua era factor de cohesión familiar y vecinal.La mayor parte de los cereales se cosechaban en el monte. Al que segaba la última ‘gavilla’ se decía que le había quedado «o burro», lo que era vergonzante y había perdido el probable sentido mítico primitivo en relación con los ciclos de la naturaleza (espíritu del vegetal).
Los rebaños de ovejas mantenían el monte bajo, surcado de senderos.
El transporte se realizaba con carro, tirado por vacas. Los caminos eran profundos y mostraban rocas desgastadas por las ruedas como huella del tiempo.
Cuando se iba a las ferias y/o fiestas de A Fonsagrada había competición para subir al camión descapotado que recogía la leche.
Salud y enfermedad
Había adultos con cicatrices de viruela y se vacunaba contra esta enfermedad. La tuberculosis suponía un verdadero drama.
Se componía por «o fío», haciendo cruces con ramas sobre la articulación enferma diciendo: «Fío torto e fío destorto. Dios queira que crezca o nervio no óso como o cueiro no horto, pola graza de Deus e o Espírito Santo». Mezcla de religión, magia y medicina, tan unidas en tiempos lejanos.
Se utilizaban «ventosas». Se ponía una moneda sobre la piel (diez céntimos de cobre) y sobre ella un algodón con alcohol al que se prendía fuego, y encima un vaso invertido. Al desprenderse el vaso, aparecía un abultamiento amoratado, que sugería la salida del mal.
Para enfermedades de los animales, se aplicaban remedios naturales, generalmente.
El sedelo consistía en una perforación en un pliegue de la piel del cuello del animal, y por el que se pasaba un trozo de madera que se dejaba algunos días y se desplazaba periódicamente lavando la herida.
Se ‘enherbaba’ a cerdos enfermos injertándoles en una oreja un tallo de hierba ‘allaveira’ (Hallaevorus foetidus), y se provocaba una supuración. Esta técnica y la del sedelo no pueden proceder de la observación natural. Desde el siglo XIX (Pasteur) se sabe que ‘similia similibus curantur’, pero es difícil pensar en la influencia de este conocimiento.
Religión y creencias
Los muertos eran transportados a hombros, y los portadores llevaban, a veces, plantas olorosas en la nariz (ruda u otras) y se detenían en cruces de caminos para rezar un responso.
Las campanas anunciaban los fallecimientos, con tres toques si se trataba de un varón y dos si de una mujer. Una mañana anunciaron la muerte de un niño de 11 años por una enfermedad aguda (2-3 días); había una gran nevada y era imposible acceder a atención médica adecuada.
Se hacían ofrendas a los santos que reflejaban devoción, agradecimiento, con cierto matiz de exigencia que se hacía patente cuando se sacaba a Santa Bárbara fuera de la capilla en caso de tormenta para que evitase desgracias.
Se culpaba al demonio de alteraciones de conducta de algunas personas -«parece que te viu o demo»-. ‘O trasno’ era un diablo gamberro que se oía cortar árboles durante la noche y al día siguiente no había ningún árbol cortado. A un niño molesto se le llamaba «traste» y a sus actos «trastadas» o «trasnadas».
Se sospechaba de brujería o mal de ojo cuando se acumulaban desgracias. Había rituales para desembrujar; si un animal tenía mal de ojo, alguien quitaba el cinturón y, con éste, hacía cruces en la espalda del animal, invocando algún poder; el problema parecía solucionarse, seguramente por el cambio de actitud de las personas, que, de algún modo, era percibido por el animal. Una familia que se sentía embrujada consultó con un adivino, quien atribuyó la situación a que se había metido en casa un muerto al revés.
Se oían historias de encantos. Un segador había permanecido largo tiempo en Castilla y, cuando decidió volver a su tierra, el amo le propuso tres consejos; en lugar del dinero, eligió los consejos. En una posada sacaron un monstruo del pozo para cenar; al segador le apetecía preguntar por aquello, pero, acordándose del segundo consejo -no preguntes lo que no te interese- no preguntó. Al marchar le dijo la posadera que de haber hecho la pregunta hubiera pasado a la situación de encantado en que se encontraba aquel familiar y éste hubiera recuperado la normalidad.
Aspectos lúdicos
Se acudía a las ferias y fiestas de A Fonsagrada, donde los caballos y el sonido de sus herraduras eran parte destacada del paisaje. Raras veces se iba al San Froilán a Lugo, donde llamaba la atención la cantidad de gente que iba de uniforme por la calle (militares, curas, etc.).
Se organizaban bailes y se bailaba al son de la gaita o del violín de Florencio, quien componía poemas sobre algo acontecido a un vecino, con lo que los presentes se desternillaban de risa. Se iba de ‘pola vila’ a casa de un vecino que tenía radio (entonces novedad) para oír a Antonio Molina y escuchar los éxitos de Fidel Castro en Sierra Maestra que interesaban al anfitrión, porque tenía propiedades en Cuba. Era hermano del abuelo de la presidenta de Argentina (Cristina Fernández de Kirchner).
Durante años hubo afición al fútbol; llegó a existir un equipo uniformado y un campo de juego en el Chao de Lagúas, al que acudían numerosos espectadores para ver los partidos.
Los niños jugaban al balón (de trapos o de paja) y al lobo (en fila, cogidos por la cintura y de mayor a menor había que evitar que uno, que hacía de lobo comiese -es decir, tocase con la mano- al último de la cola, para lo cual tenía que desplazarse el que estaba a la cabeza, que hacía de pastor, en coordinación con la cola para bloquear al lobo). La vida de los niños era alegre a pesar de las dificultades.

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