lunes, 5 de marzo de 2012

Décadas de historia detrás de una barra


23/10/2011 - Cristina L. Felipe / El Progreso (A Mariña)
Nacieron hace 40, 50, 70 u 80 años y son todo un símbolo en la comarca. Quedan ya pocas tabernas porque los tiempos cambian, pero siguen manteniendo su función socializadora y de unión con sus clientes, que son los de toda la vida.
entre los negocios más antiguos de la comarca se encuentran las tabernas, cada vez menores en número en las zonas rurales debido a la despoblación pero que mantienen la esencia con la que fueron fundadas y en general así continúan muchas de ellas, mientras que en otros casos fueron reconvertidas en bares o restaurantes. De una forma u otra, estos negocios son historia viva de A Mariña y sus gentes generación tras generación, con una antigüedad que osa rondar el siglo.
LOLA FERNÁNDEZ, dueña de Casa Lola:
«Nacín na taberna e xa con seis anos servía vasos de viño»
Lola Fernández regenta desde hace 21 años Casa Lola, el negocio que fundaron en 1958 sus padres, en el que creció y pasó toda su vida. «Nacín na taberna, xa con seis anos servía vasos de viño», dice la propietaria del establecimiento, ubicado en la parroquia ribadense de Remourelle y el único de estas características en kilómetros a la redonda. En la actualidad funciona como bar, sirve tapas a diario y también prepara comidas caseras para llevar, con el aroma inconfundible de los buenos platos de toda la vida.
El local fue también un ultramarinos hasta hace tres años, pero la pérdida de población en la parroquia y la extensión de los supermercados en Ribadeo hicieron mella en esta parte de su actividad. «Somos 72 habitantes», lamenta Lola Fernández, que defiende con poderosas razones la función socializadora de las tabernas de pueblo. «A taberna é moi necesaria, une moito, é un centro para todo... onde se poñen as esquelas, os programas das festas, onde comunicas os eventos á xente... ten unha función e axuda ó pobo; é unha pena que se acabe», e incide además en la figura del tabernero, que «non é como nun restaurante, que serves, das os bos días e nada máis, aquí falas coa xente e eso é moi bonito».
Precisamente el contacto con los clientes es uno de los fuertes de Lola, que reconoce tener visitantes fijos «desde hai trinta anos. Algúns viñeron os pais, logo os fillos e agora están vindo os netos», apunta. La clientela la forman tanto vecinos de la parroquia como veraneantes, entre los que triunfa «a tortilla, os ovos con patacas e a empanada», mientras que a los del resto del año «encántanlles os estofados de tenreira que fago». Uno de los secretos está en la utilización de los productos más frescos, naturales y de calidad, «de primeira man», como los conejos o pollos que cría y las hortalizas que cultiva. «Penso que a xente está satisfeita coa comida que fago, pero eu digo que se queixen, porque sempre se pode mellorar», añade.
El local, «que empezou sendo unha cantina moi pequena e logo foise ampliando e modernizando», goza aún hoy de gran actividad, pues celebran campeonatos de tute y sigue siendo tradición «vir botar a partida». Además, colabora activamente con la asociación Xinetes de Remourelle, que organiza paseos a caballo por la zona, y con la recuperación de juegos populares, todo ello para dar más vida a la parroquia. Mientras espera que el Gobierno «baixe os impostos» y que le den un desahogo para poder para seguir en marcha, Lola Fernández sigue apostando por el rural, y por las nuevas generaciones que son el futuro, así que ayudó a su hija a montar un salón de belleza «con moito éxito» en el mismo lugar.
CELESTINO FRAGA, fundador del bar La Primavera:
«Cando saía compraba botellas antigas e vendín unha por 220 euros»
Entrar en el Café Bar La Primavera de Rúa es empaparse de nostalgia y saborear tiempos pasados, respirar la calidez que desprenden los sitios con alma, forjada a base de años de historia e historias de sus protagonistas. Celestino Fraga, que hoy tiene 84 años, lo construyó hace 41 «no centro do pobo, porque nós tiñamos a casa máis abaixo e aquí era mellor sitio para o bar». Como en el caso del negocio de Lola Fernández, La Primavera también era antes ultramarinos, «con produtos de toda clase, pero ó vir os Aldis e todo eso houbo que deixar todo», recuerda Fraga.
Desde que se jubiló lo gestiona su hija, Nazaret, que ha mantenido intacta la esencia del negocio. «Conservámolo máis ou menos igual», dice. Sin embargo la taberna sufrió una variación importante «haberá 30 anos», porque era mucho más pequeña y tenía al fondo «un reservado onde xogaba a xente que estaba pechado cunhas portas». El fundador añade que «a xente do pobo sempre baixa xogar a partida ás noites, non é como noutras aldeas que non saen da casa, aquí veñen sempre; e eso obrigounos a aumentar o local para ter máis sitio». El grueso de la clientela es la vecindad de la parroquia Rúa y la crisis la notan en los foráneos, que «veñen algo menos, vese que non hai tantas posibilidades».
Si algo llama la atención en esta taberna es la decoración, donde tanto se pueden encontrar estatuas con aires indígenas como una colección de billetes de pesetas, un enorme bastón donde reza un amenazante ‘Majo, pagas o bajo’ que le regaló un amigo guardia civil, una patata con forma de corazón o enormes espigas de maíz «que traen os labregos».
Es una estancia llena de recuerdos, pero el protagonismo lo acapara la colección de botellas antiguas que ocupan buena parte de la pared de detrás de la barra y Celestino Fraga ha ido recopilando a lo largo de los años, de regalos o adquiridas «andando polo mundo», pues también fue cartero y taxista. «A máis antiga é unha de Carlos I que terá cen anos ou máis», relata, y no hace mucho vendió otra de un whisky, «das máis antigas que había», por 220 euros, «polo traballo que tiña no cristal». Si valieran así todas, bromea, «valía a pena ir vendéndoas». La colección de whisky y brandy antiguos es magnífica, «teño botellas que valeron catro pesetas», dice, y es que «daquela fundían os cartos máis».
ANTONIO PÉREZ, encargado de Casa Jaime:
«Abrimos todos os días para ter ben servida á clientela»
A Casa Jaime no le hace falta cartel. Todo el mundo en Xove y alrededores sabe donde está, pues desde hace 70 años funciona como taberna y ultramarinos y su actividad no se ha achicado ni por la crisis ni por la competencia de las grandes cadenas de supermercados, según asegura su encargado, Antonio Pérez, que está al frente del negocio desde hace 33 años.
Es la única tienda de estas características en la capitalidad y la segunda en el municipio, y en su día contó con la particularidad de tener el único salón de baile de todo Xove en el mismo espacio que ahora ocupa. «Antes a taberna era máis pequena e o resto era a sala de baile, haberá uns 50 anos», apunta el encargado. Otra particularidad con la que sí cuenta en la actualidad es que abre todos los días, «tamén os sábados, domingos e festivos». Preguntado por la razón, Antonio Pérez replica rotundo que «non podemos pechar, seguimos a tradición para ter á clientela ben servida».
En este establecimiento hay todo tipo de productos de alimentación, como gran variedad de fruta, castañas, pan del día, postres, charcutería, lácteos, jamones, sardinas y un largo etcétera, artículos a los que se unen otros de droguería; es decir, como un supermercado en pequeño con un lugar destacado para los vinos y licores, colocados encima de unos barriles de madera, y en el que hasta se pueden comprar CDs y cintas a un módico precio. Unas mesas para las partidas completan una estancia que, según Antonio Pérez, tiene la clientela de toda la vida.
SIMÓN CARRIEDO, propietario de O Lar:
«El negocio existe desde hace 80 o 90 años y era el único bar del puerto»
Más antiguo todavía es O Lar, en Foz, ahora restaurante pero que en sus inicios era el único bodegón del puerto. Nació con el nombre de Casa do Maragato, según recuerda uno de sus más fieles y longevos clientes, Ramón Fernández, que comparte barra, al otro lado, con el actual regente del local, Simón Carriedo, yerno de sus anteriores propietarios y quien, llegado de Palencia, entró en el negocio como camarero hace tres décadas. «El local existe desde hace 80 o 90 años», apunta el propietario.
O Maragato era una tasca en la que ya al principio se daban comidas. «Aquí antes, a 25 metros, se cargaban barcos de madera, de muchas especies; había mucho cabotaje. Los maderistas tenían la costumbre de invitar a los patrones a venir a comer aquí», recuerda Fernández. «Al principio lo llevaban otros señores, pero la propiedad era de los suegros de Simón, que lo cogieron de nuevo 15 o 20 años después y lo mantuvieron tal y como estaba».
O Lar sufrió una profunda transformación hace unos pocos años. «Ahora es un restaurante casi de lujo, con comedor en la planta de arriba con unas vistas impresionantes al puerto y abajo sigue siendo bodegón», destaca el cliente. No cambiaron sus asiduos, pues «sigue siendo una referencia», y mantienen intacto el espíritu marinero de antaño. «Este es el único bodegón donde todavía se practica el cante, algo muy tradicional en puertos pescadores, y hoy es el único donde se juntan amigos, tocan la guitarra y empiezan a tocar habaneras. Hay un ambiente muy bonito y a la gente que viene de fuera eso le encanta». Siempre preparada está la guitarra, en una esquina de la barra, esperando por unas manos que la quieran tocar.
(En la foto del puerto de Foz, cedida por Xesús do Breogán, se ve el edificio original de O Lar —la casita blanca— al fondo)

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