Publicado: agosto 12, 2011 | Autor: salvaarellano1 | Archivado en: Reportajes | Tags: España, galicia, vida rural, vilarín do castelo | Deja un comentario »
Vilarín do Castelo, Galicia.
Texto y fotografías: Salvador Arellano Torres
Horacio, Dina y Antonio viven en un pueblo sin carretera. Sin compañía. Son los únicos habitantes de Vilarín do Castelo, una pequeña aldea del ayuntamiento de Fonsagrada, en la provincia de Lugo. Llevan años pidiendo que se construya la carretera pero el ayuntamiento alega falta de presupuesto. Mientras tanto esta familia resiste la soledad en una tierra húmeda y despoblada.
Horacio Núñez y Dina Peñamaría se casaron hace más de cuarenta años y tuvieron cinco hijos. Son los últimos habitantes de un pueblo cuyas únicas visitas que recibe son las de los hijos, una vez a la semana; la de la Guardia Civil, una vez al mes y la del cura, una vez al año. Este matrimonio sabe que cuando Casa Mateo cierre las puertas, Vilarín, su aldea de más de 400 años, pasará a formar parte de la larga lista de pueblos abandonados de Galicia.
Antonio, de 44 años, es el único de los hijos que vive con ellos en Vilarín. Desde hace 15 va en una silla de ruedas, lo que no le impide salir del pueblo al menos una vez por semana. Conduce su Opel Astra hasta Fonsagrada, a 15 kilómetros, en donde además de hacer algún recado, acude a las reuniones de los testigos de Jehová. Antonio es el principal afectado por el asunto de la carretera. Sus dificultades de movilidad implican un riesgo, por ejemplo, en caso de sufra un accidente.
Hace unos años llegó a recoger 50 firmas (cifra considerable teniendo en cuenta la poca población de la comarca) por los pueblos vecinos para presentar una propuesta en el ayuntamiento. En 2009 se asfaltó un tramo de la pista que llega al pueblo pero aún quedan unos tres kilómetros de tierra, piedras y socavones que serpentean por la ladera de la montaña. El otro día, Antonio atropelló a un jabato y su madre tuvo que ir a retirarlo de la pista. “Estaba buenísimo” reconoce Antonio entre risas. Dina cuenta que unos días atrás vio por la ventana de la cocina como un jabalí se plantó en la puerta de casa, justo al lado del hórreo que ahora almacena herramientas, cacharros viejos y pienso de gallinas. En esta zona los jabalíes son casi una plaga, algo parecido a los eucaliptos y a los pinos que desde las décadas de los 80 y 90 sustituyen a las carballeiras (robledales) que poblaban los montes de Fonsagrada.
En estos mismos montes trabajó durante décadas Horacio Núñez, el mayor de la aldea. Tiene 84 años y llegó al pueblo de sus padres con tan solo cuatro. Con once empezó a trabajar en el campo realizando labores agrícolas y ganaderas. Ahora, ya jubilado, lo sigue haciendo en el huerto contiguo a la casa. También en el bosque del pueblo al que va a cortar leña con un hacha y un serrucho. Hasta hace pocos años cuidaban unas vacas y algún cerdo pero la administración gallega prohíbe a los jubilados comerciar con animales, “por el tema de la competencia a los ganaderos. Tal y como están las cosas no me parece mal”, aclara.
Horacio es un hombre peculiar. Viste con ropa de faena. Alguna yerba seca se engancha en su jersey de lana negro y calza los calcetines por encima de los pantalones. Útil costumbre en estos montes llenos de garrapatas. Las manos curtidas reflejan la vida de trabajo duro de este hombre de campo. Horacio es un paisano que a pesar de que dejó el colegio a los 11 años nunca ha renunciado a seguir aprendiendo, ni a conocer aquello que sucedía al otro lado de la fortaleza montañosa que da sobrenombre al pueblo (“do Castelo”). “Siempre he sido aficionado a la lectura. También estudio el diccionario para aprender palabras y enriquecer mi vocabulario”, comenta. Y se nota. Utiliza palabras de una persona culta y procura enterarse de la actualidad. Como si hubiese decidido rebelarse contra aquello que supuestamente implica ser un campesino sin estudios en este pequeño y apartado rincón de Galicia.
Horacio no ha viajado más lejos de Madrid. “Y pasé solo una noche porque iba a comprar un coche de segunda mano”, aclara; y la única comunidad española que conoce, además de su Galicia natal, es la vecina Asturias. Pero está al tanto de la resolución de Bruselas y del rescate de Grecia. También comenta con su familia la mala gestión de los políticos españoles: “No se puede gastar más de lo que se tiene”, afirma desde la experiencia de su propia historia de supervivencia.
Respecto a la vida en el pueblo reconoce que echa de menos relacionarse con otras personas. Descubrir otras historias diferentes a la rutina monótona de este pueblo de chimeneas apagadas y cuadras vacías. Es consciente de que su vida y la de su familia ha mejorado en muchos aspectos pero habla con nostalgia aquellos tiempos en los que Vilarín se movía. Horacio recuerda que al trabajar en campos con pendiente, el suelo se desprendía a las faldas del monte. Él y los demás paisanos subían a las espaldas esa tierra y la depositaban de nuevo en las partes más altas. “Llevábamos una vida infrahumana, pero éramos felices”. Eso sí, por otra parte también valora la tranquilidad y la naturaleza que le rodea en la aldea y reconoce que “la ciudad tiene demasiado ajetreo”. Además, Horacio sale una vez a la semana hasta el pueblo cercano de O Trobo, donde acude a misa.
Mientras Horacio charla en la cocina al calor de la leña, en el cerro de enfrente se encuentra su hijo Manuel, que ha venido de visita y aprovecha para limpiar las 30 colmenas que cuida en el pueblo. Manuel es el hijo manitas y un trabajador muy polivalente. Además de las abejas también realiza labores de carpintero y electricista. Fue camionero y ahora trabaja en la construcción en Oviedo. Al anochecer, llega otra hija de Horacio y Dina; y antes de cenar se escucha el motor de dos coches. Unos jóvenes vienen a una de las pocas casas que aún quedan como residencias de fin de semana. En unas horas la población de Vilarín se ha triplicado. El lunes la tranquilidad regresará a esta vieja aldea, pero mientras tanto Horacio, Dina y Antonio se sentirán un poco menos solos.
La polvareda permanece unos segundos en calle principal, a oscuras. Mientras, el perro de las cicatrices ladra. Quizá avise a los jabalíes de que en esta noche no conviene molestar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario