D. Manuel Portela Valladares
PUBILCADO EN GALICIA DIXITALlunes, 13 de diciembre de 2004
El político Manuel Portela Valladares, nació en Pontevedra el 31 de enero de 1867, hijo de Juan Portela Dios y Teresa Valladares Rial; falleciendo en Vandol, Francia en 1952.
Portela Valladares quedó huérfano de padre con solamente diez años, lo cual significó un cambio radical en su vida, pues fue acogido por su tía Juana Portela Dios, esposa del impresor José Vilas. Este matrimonio gozaba de una situación económica bastante desahogada, lo que permitió que Portela pudiera estudiar en el colegio de Jesuitas de Camposacos en A Guarda, Tuy, para posteriormente cursar la carrera de derecho en la universidad de Santiago de Compostela, graduándose en 1889.
Portela Valladares fue un político liberal de buena posición económica, viviendo en Pontevedra hasta 1899 donde ejerció de juez municipal y decano del Colegio de Abogados.
A punto de cumplir los treinta y dos años, supera las pruebas de Registrador de la propiedad, instalándose en 1899 en Madrid. Su nuevo teatro de actividades intelectuales y políticas.
Entró en el mundo de la política de la mano de otro destacado gallego, Monteros Ríos, quien le procuró un distrito cómodo. En 1905 y 1910 fue elegido diputado a Cortes. En la segunda ocasión lo hizo representando el distrito de A Fonsagrada, donde tenía gran influencia además de un considerable influjo caciquil que posteriormente iría extendiendo a la mayor parte de la provincia de Lugo.
Portela Valladares, durante el llamado período de la restauración, fue gobernador civil de Barcelona, la segunda vez en 1923. De él Josep Pla dijo: “buen conocedor de los bajos fondos políticos y sociales y dueño de machismos resortes”. En el mes de septiembre de ese mismo año, fue nombrado ministro de Fomento, del que sería último gabinete liberal garcíaprietista. En dicho cargo le sorprendería, a los pocos días, la instauración de la dictadura, donde el capitán general de Cataluña, don Miguel Primo de Rivera, impuso en una especie de golpe de estado un directorio militar que causó la dimisión del Gobierno y la ruptura de la vida política ordinaria. Ya en pleno Bienio Negro republicano, y tras su paso por el cargo de gobernador general de Cataluña, fue ministro de Gobernación, en dos de los gobiernos derechistas de Lerroux, abril y mayo de 1935; no era a la sazón consejero del Banco Central, y uno de los mayores accionistas de Minas del Rif, entre otras importantes empresas de aquellas épocas.
En diciembre de 1935 recibe del presidente Alcalá Zamora el encargo de formar un gabinete de orientación centrista, con la finalidad de disolver las Cortes y convocar nuevas elecciones. Dicho gobierno, llamado por varios especialistas “gobierno bisagra” ejercerá sus funciones hasta la toma de posesión del gobierno frente populista resultante de la victoria electoral de esta coalición en febrero de 1936. Con vistas a esta confrontación Manuel Portela Valladares se había encargado de instrumentalizar, bajo auspicio directo de Alcalá Zamora, una alternativa política de centro que de alguna manera sirviese para amortigar la casi inevitable bipolarización del electorado que se repartía entre el Frente Popular y el Frente Contrarrevolucionario, lo que resultó totalmente inútil, dado que el Partido del Centro obtuvo solamente veintiséis diputados y no fue capaz de erigirse en árbitro de la confusa situación política que se estaba viviendo; mientras que el llamado Frente Popular obtenía la mayoría absoluta en el Congreso.
Una vez transcurridas las elecciones, y nuevamente con asesoramiento de Niceto Alcalá Zamora, Portela Valladares resiste contra viento y marea las presiones a las que se veía sometido por Gil Robles, José Antonio Primo de Rivera, el general Franco y Calvo Sotelo, que intentaban que declarase el estado de guerra, para así intentar abortar el triunfo popular. A ello se negó rotundamente Portela, por considerarlo un suicidio. Años más tarde manifestó al respecto, “...era un suicido oponerse por las bayonetas a la voluntad nacional”; en vista de todo esto, decidió dimitir de una forma un tanto apresurada y entregar su cargo a Manuel Azaña.
En 1924 fundó en Vigo El Pueblo Gallego, periódico democrático que hizo campaña a favor de una nueva situación política para España. En dicho diario colaboraban republicanos y nacionalistas; sin olvidarnos de su gran amistad con Basilio Álvarez y todos los fundadores de Acción Gallega.
En 1931 contrajo matrimonio con Clotilde Puig y Mir, que le dió el titulo de Conde de Brías y le proporcionó una suculenta fortuna. En 1912 fue premiado con el nombramiento de fiscal del Tribunal Supremo.
Cuando dió comienzo la Guerra Civil (dieciocho de julio de 1936) Portela Valladares permaneció en la zona leal a la República, siendo fiel a su ideología liberal y reformista. Hay que recordar al respecto que era miembro de la masonería, con alta graduación. Todo esto resultaba un tanto extraño teniendo en cuenta que se trataba de un potentado burgués, a su vez poseedor de un título nobiliario.
Participó en las Cortes de Valencia, reunidas en octubre de 1937, y finalizada la guerra se exilió a Francia; allí se separó de su esposa y no volvió a ocupar ningún cargo político relevante hasta su muerte, acaecida en Vandol en 1952.
De este ilustre político no debemos olvidar su larga y dilatada trayectoria en el marco general de la política española. Conviene también destacar su temprana y prolongada vinculación con el movimiento autonomista gallego. En 1910 participó en la formación de Acción Gallega, asociación surgida como resultado de la preocupación de un grupo de intelectuales, políticos y profesionales gallegos residentes en Madrid por los problemas de su tierra. En ese mismo año, siendo todavía diputado, intercedió ante Canalejas por los agrarios de Viana, que se habían sublevado por la imposición arbitraria de consumos; años más tarde Portela Valladares fue uno de los firmantes del llamado Pacto de Barrantes en 1930, donde también participaron varios líderes galleguistas. Sobre dicho particular debemos anotar que sus relaciones con varios de estos intelectuales galleguistas fueron de lo más cordial, especialmente con Alfonso Rodríguez Castelao, de cuya total confianza gozará hasta la muerte del ilustre gallego. Manuel Portela Valladares, fue uno de los asistentes en la primavera de 1932 a la recepción que los catalanistas habían ofrecido a Castelao y Otero Pedrayo; también en 1935, siendo ministro de Gobernación, sería quien se encargase de hacer volver a Castelao y Bóveda de sus respectivos destierros, así como de arrancar del Consejo de Ministros el decreto que restituía a la Generalitat de Cataluña los servicios de que había sido desposeída a raíz de los hechos acaecidos con la sublevación de 1934, reservándose tan sólo el de orden público. Tampoco galicia quedó fuera de sus aspiraciones de descentralizar y potenciar las nacientes autonomías, él apoyó decididamente la campaña a favor del Estatuto de Autonomía de Galicia, habiendo publicado un opúsculo en 1932 que se titula “Ante el Estatuto”. Portela Valladares era propietario del diario “El Pueblo Gallego”, que conjuntamente con “A Nosa Terra”, órgano del Partido Galleguista, era el mayor abanderado en esta campaña. Asimismo, el Partido del Centro que él comandaba incluía la autonomía como uno de los puntos de su programa, participó en el Comité Central de Autonomía de Galicia e hizo campaña a favor del voto afirmativo.
Fue diputado por el distrito de Fonsagrada desde 1905 a 1923 ininterrumpidamente; desde 1931 a 1933 Diputado por Lugo y en 1936 era Diputado por la provincia de Pontevedra.
Manuel Portela Valladares, siempre se había sentido muy vinculado a A Fonsagrada, acerca de la que escribió abundantes artículos, como este, que fue publicado en el “Libro de Lugo y su Provincia. Libro de Oro”, editado hacia 1929 por la editorial P.P.K.O. de Vigo, en que dice: “Fonsagrada. Mantengo viva, con vigor de sangre que acaba de brotar, la visión de mi primera visita a Fonsagrada. Montañas ceñudas, hechas a tajos, enseñando los dientes de sierra; una carretera hasta mil metros con espeluznantes, con precipicios de abismo a un lado, con gigantescas paredes de roca al otro, y por el fondo, despeñándose, arroyos sin más valle apenas que su cauce. La Bacariza; el Campo de la Matanza, de memoria en la invasión francesa; la Fontaneira, con sus pallozas circulares; Paradavella; el Hospital de Montouto, estela de los olvidados caminos de Santiago a Europa; y por fin, allá lejos, en un picacho para buscar defensa de los asaltos de la carlistada, la villa enmoblecida por aquel fuero que la declara libre de pechos, “en consideración a los muchos milagros que fizo, face e ha de facer nuestra señora de la Fonsagrada”. Hubo que renunciar al carricoche -van pasados veinticinco años- a mitad del camino. Y seguir a caballo por las veredas del monte, regadas de cruces evocadoras de desgracias, y prestas las armas según costumbre del país. Los bandos luchaban ferozmente, en vivas y mueras, en escaramuzas de guerrillas, corriendo la pólvora unos para mantenerse en función de yunque que sin piedad golpea; otros, con la fiereza que despierta la necesidad de conservar la vida. Tierra de Burón, la más recia de los Pirineos. Hombres de Fonsagrada, que en la Historia aparecen como los más duros y bravos de nuestras tierras. “Fonsagrada, alta montaña”.
“Tienen los años formidable poder nivelador. Lo que una hora se nos antojaba enorme, lo reducimos hoy a mínima categoría. Y en la uniformidad del horizonte lejano, se borran las olas más tormentosas y levantadas. Las memorias de Fonsagrada, de aquellos amigos, de aquellos tiempos, son de las que se yerguen rebeldes e inmutables mientras el corazón aliente.
Porque allí hemos sentido sin desmayos y sin cambios el poder mágico de una idealidad; la divina embriaguez de entregarse a la magna obra de transformar un pueblo, de crear un pueblo con todas las condiciones y aprobaciones de la civilidad.
Allí fue constituido el primer Sindicato agrícola en la plenitud de sus fines, de la región y de España: con seguro de ganados, con caja de ahorros, con una granja experimental, y sin subvenciones oficiales. A él se debe la mejora de las razas ganaderas que duplicó la hacienda labriega; la introducción de nuevos cultivos que dieron productividad a ribazos pelados; la iniciativa de los aperos modernos; la primera fiesta del árbol.
Allí se construyeron carreteras llevadas como señuelo no más a la Gaceta; y caminos y puentes por los Ayuntamientos, cuando la penuria municipal llegaba escasamente a atender las necesidades personales de los que de la comunidad vivían. Y allí se multiplicaron las escuelas.
Y por encima de esto, por que vale más que todo esto, allí se formó aquel espíritu de colectividad, de supremacía del bien común, de ciudadanía, que es la diferencia entre un pueblo y una kábila.
Los derechos privados y políticos gozaron de un respeto y de una efectividad que no sabemos cuando se alcanzarán en nuestra nación.
La justicia, bien o mal, se administró con independencia de todo poder y de toda sugestión, sin que el primer considerando de las sentencias fuese redactado por las cartas de recomendación.
Y triunfando de los más bárbaros atropellos legales e ilegables, la voluntad de los electores se impuso en las urnas. No se consintió que el sufragio fuese suplantado, ni hurtado, ni robado. Fonsagrada, digásmolo con franca verdad, fue una cumbre en Galicia.
Por el pensamiento desfilan, sacudiendo las fibras más íntimas del alma, los nombres de los que, arriesgando la hacienda, la vida, el hogar entero, realizaban aquella obra y aquella gestas.
Honor y paz a los que cogió la muerte. En nuestro corazón está encendida perenne luz que evoca su recuerdo. Y honor también a los que persisten en la obra de mantener la paz de plena ciudadanía en aquel distrito.
Pasan los hombres; quedan los hechos. Otras generaciones llevarán a término y victoria la labor que dió su primer cosecha”.
Notas de prensa
Según publicaba El Regional, Lugo era la provincia gallega con más senadores liberales electos en los recientes comicios; de los ocho senadores del partido liberal que habían sido elegidos en toda Galicia, tres de estos, correspondían a nuestra provincia.
La candidatura liberal para diputados a Cortes estaba formada por: Benigno Quiroga López-Ballesteros y Carlos de Casas Couto, se presentaban por la capital de la provincia; por el partido judicial de Becerreá, Enrique Abella Casariego; por el de Chantada, Casimiro Pérez García; por A Fonsagrada, Manuel Portela Valladares; por Mondoñedo, Avelino Montero Villegas, que era hijo de Eugenio Monteros Ríos; por Quiroga lo hacía Vicente Quiroga Vázquez; por Ribadeo, Ramón Bustelo González, y finalmente por el partido de Viveiro lo hacía Vicente Martínez Bande.
VER
Portela Valladares quedó huérfano de padre con solamente diez años, lo cual significó un cambio radical en su vida, pues fue acogido por su tía Juana Portela Dios, esposa del impresor José Vilas. Este matrimonio gozaba de una situación económica bastante desahogada, lo que permitió que Portela pudiera estudiar en el colegio de Jesuitas de Camposacos en A Guarda, Tuy, para posteriormente cursar la carrera de derecho en la universidad de Santiago de Compostela, graduándose en 1889.
Portela Valladares fue un político liberal de buena posición económica, viviendo en Pontevedra hasta 1899 donde ejerció de juez municipal y decano del Colegio de Abogados.
A punto de cumplir los treinta y dos años, supera las pruebas de Registrador de la propiedad, instalándose en 1899 en Madrid. Su nuevo teatro de actividades intelectuales y políticas.
Entró en el mundo de la política de la mano de otro destacado gallego, Monteros Ríos, quien le procuró un distrito cómodo. En 1905 y 1910 fue elegido diputado a Cortes. En la segunda ocasión lo hizo representando el distrito de A Fonsagrada, donde tenía gran influencia además de un considerable influjo caciquil que posteriormente iría extendiendo a la mayor parte de la provincia de Lugo.
Portela Valladares, durante el llamado período de la restauración, fue gobernador civil de Barcelona, la segunda vez en 1923. De él Josep Pla dijo: “buen conocedor de los bajos fondos políticos y sociales y dueño de machismos resortes”. En el mes de septiembre de ese mismo año, fue nombrado ministro de Fomento, del que sería último gabinete liberal garcíaprietista. En dicho cargo le sorprendería, a los pocos días, la instauración de la dictadura, donde el capitán general de Cataluña, don Miguel Primo de Rivera, impuso en una especie de golpe de estado un directorio militar que causó la dimisión del Gobierno y la ruptura de la vida política ordinaria. Ya en pleno Bienio Negro republicano, y tras su paso por el cargo de gobernador general de Cataluña, fue ministro de Gobernación, en dos de los gobiernos derechistas de Lerroux, abril y mayo de 1935; no era a la sazón consejero del Banco Central, y uno de los mayores accionistas de Minas del Rif, entre otras importantes empresas de aquellas épocas.
En diciembre de 1935 recibe del presidente Alcalá Zamora el encargo de formar un gabinete de orientación centrista, con la finalidad de disolver las Cortes y convocar nuevas elecciones. Dicho gobierno, llamado por varios especialistas “gobierno bisagra” ejercerá sus funciones hasta la toma de posesión del gobierno frente populista resultante de la victoria electoral de esta coalición en febrero de 1936. Con vistas a esta confrontación Manuel Portela Valladares se había encargado de instrumentalizar, bajo auspicio directo de Alcalá Zamora, una alternativa política de centro que de alguna manera sirviese para amortigar la casi inevitable bipolarización del electorado que se repartía entre el Frente Popular y el Frente Contrarrevolucionario, lo que resultó totalmente inútil, dado que el Partido del Centro obtuvo solamente veintiséis diputados y no fue capaz de erigirse en árbitro de la confusa situación política que se estaba viviendo; mientras que el llamado Frente Popular obtenía la mayoría absoluta en el Congreso.
Una vez transcurridas las elecciones, y nuevamente con asesoramiento de Niceto Alcalá Zamora, Portela Valladares resiste contra viento y marea las presiones a las que se veía sometido por Gil Robles, José Antonio Primo de Rivera, el general Franco y Calvo Sotelo, que intentaban que declarase el estado de guerra, para así intentar abortar el triunfo popular. A ello se negó rotundamente Portela, por considerarlo un suicidio. Años más tarde manifestó al respecto, “...era un suicido oponerse por las bayonetas a la voluntad nacional”; en vista de todo esto, decidió dimitir de una forma un tanto apresurada y entregar su cargo a Manuel Azaña.
En 1924 fundó en Vigo El Pueblo Gallego, periódico democrático que hizo campaña a favor de una nueva situación política para España. En dicho diario colaboraban republicanos y nacionalistas; sin olvidarnos de su gran amistad con Basilio Álvarez y todos los fundadores de Acción Gallega.
En 1931 contrajo matrimonio con Clotilde Puig y Mir, que le dió el titulo de Conde de Brías y le proporcionó una suculenta fortuna. En 1912 fue premiado con el nombramiento de fiscal del Tribunal Supremo.
Cuando dió comienzo la Guerra Civil (dieciocho de julio de 1936) Portela Valladares permaneció en la zona leal a la República, siendo fiel a su ideología liberal y reformista. Hay que recordar al respecto que era miembro de la masonería, con alta graduación. Todo esto resultaba un tanto extraño teniendo en cuenta que se trataba de un potentado burgués, a su vez poseedor de un título nobiliario.
Participó en las Cortes de Valencia, reunidas en octubre de 1937, y finalizada la guerra se exilió a Francia; allí se separó de su esposa y no volvió a ocupar ningún cargo político relevante hasta su muerte, acaecida en Vandol en 1952.
De este ilustre político no debemos olvidar su larga y dilatada trayectoria en el marco general de la política española. Conviene también destacar su temprana y prolongada vinculación con el movimiento autonomista gallego. En 1910 participó en la formación de Acción Gallega, asociación surgida como resultado de la preocupación de un grupo de intelectuales, políticos y profesionales gallegos residentes en Madrid por los problemas de su tierra. En ese mismo año, siendo todavía diputado, intercedió ante Canalejas por los agrarios de Viana, que se habían sublevado por la imposición arbitraria de consumos; años más tarde Portela Valladares fue uno de los firmantes del llamado Pacto de Barrantes en 1930, donde también participaron varios líderes galleguistas. Sobre dicho particular debemos anotar que sus relaciones con varios de estos intelectuales galleguistas fueron de lo más cordial, especialmente con Alfonso Rodríguez Castelao, de cuya total confianza gozará hasta la muerte del ilustre gallego. Manuel Portela Valladares, fue uno de los asistentes en la primavera de 1932 a la recepción que los catalanistas habían ofrecido a Castelao y Otero Pedrayo; también en 1935, siendo ministro de Gobernación, sería quien se encargase de hacer volver a Castelao y Bóveda de sus respectivos destierros, así como de arrancar del Consejo de Ministros el decreto que restituía a la Generalitat de Cataluña los servicios de que había sido desposeída a raíz de los hechos acaecidos con la sublevación de 1934, reservándose tan sólo el de orden público. Tampoco galicia quedó fuera de sus aspiraciones de descentralizar y potenciar las nacientes autonomías, él apoyó decididamente la campaña a favor del Estatuto de Autonomía de Galicia, habiendo publicado un opúsculo en 1932 que se titula “Ante el Estatuto”. Portela Valladares era propietario del diario “El Pueblo Gallego”, que conjuntamente con “A Nosa Terra”, órgano del Partido Galleguista, era el mayor abanderado en esta campaña. Asimismo, el Partido del Centro que él comandaba incluía la autonomía como uno de los puntos de su programa, participó en el Comité Central de Autonomía de Galicia e hizo campaña a favor del voto afirmativo.
Fue diputado por el distrito de Fonsagrada desde 1905 a 1923 ininterrumpidamente; desde 1931 a 1933 Diputado por Lugo y en 1936 era Diputado por la provincia de Pontevedra.
Manuel Portela Valladares, siempre se había sentido muy vinculado a A Fonsagrada, acerca de la que escribió abundantes artículos, como este, que fue publicado en el “Libro de Lugo y su Provincia. Libro de Oro”, editado hacia 1929 por la editorial P.P.K.O. de Vigo, en que dice: “Fonsagrada. Mantengo viva, con vigor de sangre que acaba de brotar, la visión de mi primera visita a Fonsagrada. Montañas ceñudas, hechas a tajos, enseñando los dientes de sierra; una carretera hasta mil metros con espeluznantes, con precipicios de abismo a un lado, con gigantescas paredes de roca al otro, y por el fondo, despeñándose, arroyos sin más valle apenas que su cauce. La Bacariza; el Campo de la Matanza, de memoria en la invasión francesa; la Fontaneira, con sus pallozas circulares; Paradavella; el Hospital de Montouto, estela de los olvidados caminos de Santiago a Europa; y por fin, allá lejos, en un picacho para buscar defensa de los asaltos de la carlistada, la villa enmoblecida por aquel fuero que la declara libre de pechos, “en consideración a los muchos milagros que fizo, face e ha de facer nuestra señora de la Fonsagrada”. Hubo que renunciar al carricoche -van pasados veinticinco años- a mitad del camino. Y seguir a caballo por las veredas del monte, regadas de cruces evocadoras de desgracias, y prestas las armas según costumbre del país. Los bandos luchaban ferozmente, en vivas y mueras, en escaramuzas de guerrillas, corriendo la pólvora unos para mantenerse en función de yunque que sin piedad golpea; otros, con la fiereza que despierta la necesidad de conservar la vida. Tierra de Burón, la más recia de los Pirineos. Hombres de Fonsagrada, que en la Historia aparecen como los más duros y bravos de nuestras tierras. “Fonsagrada, alta montaña”.
“Tienen los años formidable poder nivelador. Lo que una hora se nos antojaba enorme, lo reducimos hoy a mínima categoría. Y en la uniformidad del horizonte lejano, se borran las olas más tormentosas y levantadas. Las memorias de Fonsagrada, de aquellos amigos, de aquellos tiempos, son de las que se yerguen rebeldes e inmutables mientras el corazón aliente.
Porque allí hemos sentido sin desmayos y sin cambios el poder mágico de una idealidad; la divina embriaguez de entregarse a la magna obra de transformar un pueblo, de crear un pueblo con todas las condiciones y aprobaciones de la civilidad.
Allí fue constituido el primer Sindicato agrícola en la plenitud de sus fines, de la región y de España: con seguro de ganados, con caja de ahorros, con una granja experimental, y sin subvenciones oficiales. A él se debe la mejora de las razas ganaderas que duplicó la hacienda labriega; la introducción de nuevos cultivos que dieron productividad a ribazos pelados; la iniciativa de los aperos modernos; la primera fiesta del árbol.
Allí se construyeron carreteras llevadas como señuelo no más a la Gaceta; y caminos y puentes por los Ayuntamientos, cuando la penuria municipal llegaba escasamente a atender las necesidades personales de los que de la comunidad vivían. Y allí se multiplicaron las escuelas.
Y por encima de esto, por que vale más que todo esto, allí se formó aquel espíritu de colectividad, de supremacía del bien común, de ciudadanía, que es la diferencia entre un pueblo y una kábila.
Los derechos privados y políticos gozaron de un respeto y de una efectividad que no sabemos cuando se alcanzarán en nuestra nación.
La justicia, bien o mal, se administró con independencia de todo poder y de toda sugestión, sin que el primer considerando de las sentencias fuese redactado por las cartas de recomendación.
Y triunfando de los más bárbaros atropellos legales e ilegables, la voluntad de los electores se impuso en las urnas. No se consintió que el sufragio fuese suplantado, ni hurtado, ni robado. Fonsagrada, digásmolo con franca verdad, fue una cumbre en Galicia.
Por el pensamiento desfilan, sacudiendo las fibras más íntimas del alma, los nombres de los que, arriesgando la hacienda, la vida, el hogar entero, realizaban aquella obra y aquella gestas.
Honor y paz a los que cogió la muerte. En nuestro corazón está encendida perenne luz que evoca su recuerdo. Y honor también a los que persisten en la obra de mantener la paz de plena ciudadanía en aquel distrito.
Pasan los hombres; quedan los hechos. Otras generaciones llevarán a término y victoria la labor que dió su primer cosecha”.
Notas de prensa
Según publicaba El Regional, Lugo era la provincia gallega con más senadores liberales electos en los recientes comicios; de los ocho senadores del partido liberal que habían sido elegidos en toda Galicia, tres de estos, correspondían a nuestra provincia.
La candidatura liberal para diputados a Cortes estaba formada por: Benigno Quiroga López-Ballesteros y Carlos de Casas Couto, se presentaban por la capital de la provincia; por el partido judicial de Becerreá, Enrique Abella Casariego; por el de Chantada, Casimiro Pérez García; por A Fonsagrada, Manuel Portela Valladares; por Mondoñedo, Avelino Montero Villegas, que era hijo de Eugenio Monteros Ríos; por Quiroga lo hacía Vicente Quiroga Vázquez; por Ribadeo, Ramón Bustelo González, y finalmente por el partido de Viveiro lo hacía Vicente Martínez Bande.
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