jueves, 14 de octubre de 2010

De Fonsagrada a Lugo




2 IGNACIO GRACIA NORIEGA De Fonsagrada se sale cuesta abajo. Otra ventaja de las ciudades situadas en alto, además de que no llegan los lobos. Para el caminante, no es lo mismo marchar cuesta arriba que cuesta abajo. A mano izquierda tiene el caminante un gran valle que se extiende hasta las montañas que azulean a lo lejos, al Sur, y a partir de Padrón el camino está sombreado por pinares. En Vilardongo se mira hacia atrás, y todo son pastos y bosques, colinas y las montañas lejanas. Para llegar a Montouto hay que desviarse de la carretera. Se conservan las ruinas de un hospital para remedio de los peregrinos que transitaban por esta «tierra despoblada donde perecían los pobres de frío y nieve» y en el alto, una capilla modesta. Uría da cuenta de dos ermitas, del apóstol Santiago y de San Lorenzo, situadas «en el camino real que va de Asturias a Santiago». Cerca del hospital se encuentra un molino con piedras muy grandes, que Manuel Otero recomienda contemplar. «Siendo un monolito, no puede ser otra cosa, pero sí diferente», explica. Quedamos, pues, en que se trata de un monolito. La carretera asciende hasta los eólicos que se alzan en la cumbre. A partir del alto de Cerredo, de 960 metros, la carretera desciende adosada a la montaña y abierta al valle a su izquierda. Paradavella, en el valle, es una aldea de casas dispersas, y a partir de aquí la carretera vuelve a subir rozando el monte hasta Lastra, con iglesia y casas grandes de piedra y cobertura de pizarra. A la salida se ha estrellado un motorista, que está doliéndose en la cuneta, entre los hierros de su moto destrozada. Lo atienden los compañeros vestidos de astronautas, con trajes ajustados y cascos supersónicos. Los motoristas son un auténtico peligro de las carreteras. No para ellos, que a fin de cuentas, si se arriesgan, es por su gusto, sino para los demás. No se deberían permitir prácticas deportivas de riesgo en las carreteras. Nos dicen que están esperando la ambulancia, y como nada podemos hacer, seguimos camino. El alto de Fontaneira está a 936 metros. Después Fontaneira, con un cabazo con techo de paja y mucha ropa tendida: se conoce que aprovecharon el buen tiempo para hacer la colada. En un prado, media docena de vacas pastan pacíficamente. El valle se va cerrando y la carretera sube y baja entre pinares. Entramos en Cadavo Badeira, pueblo grande, en relación con los que dejamos atrás, con parque y escultura de piedra blanca incluidos. La estatua no representa a ningún prócer local: no es figurativa, de lo que deduzco que en este pueblo aman el arte por el arte. El alto de Baqueriza, de 836 metros, es boscoso, y abajo se encuentra la desviación a Barreiros y a Sobrado. Hemos de lamentar que los carteles indicadores, aunque sean raros los que aparecen tachados, como en Asturias, a causa de la barbarie separatista, son insuficientes, ya que es corriente que no figure la distancia al lugar que indican. La desviación es agradable, atraviesa un bosque y después hay maizales y un pazo, y un tonel con cobertura de paja, como si se tratara de un cabazo. En las huertas de varias casas vemos plantaciones de grelos. Al fin, en una encrucijada, entramos en Pumareda. La preguntamos a una señora de unos ochenta años que sale de una cuadra con calzones cortos: la modernidad asimilada a la tradición. No sabe cuántos kilómetros hay a Sobrado porque solamente fue una o dos veces en su vida, pero hace dos o tres días se detuvo ante su casa otro señor para preguntarle si había un entierro en Sobrado. Yo le aseguro que no voy a ningún entierro, pero me percato de que Sobrado suena mucho. Ella lo piensa un poco y ratifica: -¡Vaya que sí! Volvemos a la carretera general en Villale, y después está Castroverde, una larga calle en la carretera con feas casas uniformes de dos o tres pisos, de corte recto. Según Uría: «La villa de Castroverde conserva todavía los muros exteriores y la torre del homenaje de un castillo que perteneció a los Altamira, edificado antes del siglo XV sobre las ruinas de un castro antiguo. Su principal iglesia, con título de Santiago, es ojival y amplia, y fue edificada por el magnate don Fernando de Castro, de la casa de Lemos, en la segunda mitad del siglo XV, al mismo tiempo que un convento de franciscanos, del que dependió. De la existencia de un hospital en Castroverde tenemos noticia en 1307, y que atendería a los peregrinos se deduce por su situación inmediata al Camino francés. Varios documentos de la Edad Media acreditan que el camino pasaba por Castroverde; uno del año 1343 deslinda una tierra por uno de sus lados con el «camino francés», y otros dos de los años 1398 y 1402 consignan deslindes de casas en esta misma forma». Todas estas cosas, naturalmente, ni se imaginan por quien atraviesa Castroverde por la carretera, que es a la vez la calle principal, y pasa de largo. En Galicia son frecuentes los pueblos de estas características. La que ve el viajero es una calle muy larga, por lo general recta, con casas muy feas. Lo interesante se encuentra detrás de estas edificaciones que convierten las calles principales (en el sentido de comerciales y de lugares concurridos), en remedos de barriadas de ciudades grandes. «Entre Castroverde y Lugo se halla Gondar -detalla Uría-, y por aquí pasaba el camino según cierta carta de permuta del año 1369, por la que el obispo de Lugo concede a las monjas de Santa María la Nueva, "o espital de Gondar, con sus rrendas e dereitos e pertenenças"», añadiendo que «dada la situación de Gondar, no hay duda alguna de que el camino en cuestión era el que procedía de Asturias». Resulta maravilloso para mí encontrar en el Camino de Santiago el nombre de Gondar, la antigua ciudad de Abisinia, residencia del rey y del gobierno eclesiástico de aquel extraño reino cristiano que se identificó con el del preste Juan. Gondar -permítanme detenerme unas líneas en ella- está situada en una alta colina, no muy lejos del lago Tana. Se la distingue desde lejos no sólo por su elevación, sino por las torres de infinidad de iglesias y por los torreones del fuerte castillo del siglo XVI construido por arquitectos procedentes de la India bajo la dirección y mando de los portugueses, y destruido por el incivil rey Teodoro en 1868. De aquí fue obispo mi dilecto Juan de Gondar, quien peregrinando a los tres santuarios de la Cristiandad -Santiago de Compostela, Roma y Jerusalén- según encontramos en una frase de las vastas peregrinaciones de Fernão Mendes Pinto, aventurero portugués, llegó a la villa de Permalles en compañía de un silencioso hombre alto y de un procaz babuino, y se prestó a ser principal personaje de mi novela «El viaje del obispo de Abisinia a los santuarios de la Cristiandad». ¿Vendrá este hombre de Gondar del paso de Juan de Gondar de regreso de Santiago? (pues hacía su peregrinación del ocaso a Levante, desde Lisboa, donde había desembarcado, hasta Jerusalén, ya encaminado hacia su tierra). No pede ser, pero no está de más soñarlo. Dejemos la fantasía y volvamos al Camino, que es de por sí fantasía suficiente. Después de Castroverde se encuentra Arcos, que está de fiesta. En las calles vemos banderas españolas junto con otras de otros colores, lo que es buen síntoma. No se aprecian en Galicia síntomas de cerrilismo separatista. Por esta parte, la mayoría de la gente habla español, y en algunas casas, o ante edificios de mayor apariencia, como en Fonsagrada, se ven banderas españolas. Algo impensable, según parece, en otras regiones españolas, como Cataluña, donde te multan, o el País Vasco, donde te ponen una bomba. Los gallegos no parecen muy dispuestos a complicarse la vida con el separatismo, a excepción de los desaprensivos que están dispuestos a pescar en río revuelto. Y abandonamos las consideraciones de este tipo, porque en el Camino de Santiago, desde los comienzos, se hablaron todas las lenguas imaginables y nunca se tuvieron en cuenta las banderas. Por eso, este camino convoca a gente de todo el mundo y antes, en los buenos viejos tiempos, a los peregrinos de esa Europa medieval que resumía el mundo. Además, el camino tiene el don de lenguas, según constató Germain Nouveau, poeta oral. Sigue la carretera por terreno llano, entre prados y fincas. Otero señala una fuente de buen agua antes de entrar en Gondar. Por la carretera general, los pueblos son Ferreira y Bascuas, adonde desemboca el camino. Vamos por una tierra llana, en la que se levantan Carballido y Fazai, y al final, en una elevación, con una gran fachada de edificios de galerías que ocultan las murallas a la visita de quien llega, se alza Lugo en medio de la llanura. Ahora procede salvar el obstáculo de la modernidad arquitectónica para encontrar la puerta que nos introduzca en la ciudad romana.

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