lunes, 9 de julio de 2012

Los lobos de los mercados causan los mayores daños



Benjamín y Andrés tienen 140 vacas para carne de razas rubia gallega y asturiana, en libertad.MANUEL

Benjamín y Andrés Fernández son palo y astilla, padre e hijo, pero también podían ser protagonistas de otra sección que dedica este periódico a personas que, contra viento y marea, se consideran felices en esta época de infelicidades. Ellos, más que ser, están felices en sus eidos altos de A Fonsagrada. Es una felicidad natural más que sobrevenida, enraizada en la tierra, algo que a la mayoría de urbanitas les cuesta comprender. Son felices a pesar de que trabajan de sol a sol, de que de vez en cuando el lobo se zampa un ternero y, sobre todo, de que el lobo del mercado se queda con la gran tajada que hay entre unos precios de la carne similares a los de hace muchos años, y entre los del combustible y los piensos por las nubes.
Viven en la casa de Santiago de Vilagudel (Veiga de Logares, donde atienden una ganadería de 140 vacas con el correspondiente porcentaje de terneros. De joven, Benjamín trabajó unos años de albañil, pero cuando tenía 26 se quedó a trabajar en la casa paterna porque el padre enfermó. Tenían media docena de vacas y parte de la actividad se centraba en la agricultura.
Tras hacerse cargo del cotarro, compró un tractor y comenzó a adquirir vacas para aumentar la cabaña y que resultase mínimamente rentable. Cuando llevaba 18 llegaron las campañas de saneamiento, imprescindibles para poder solicitar ayudas, y comenzaron a llevárselas, primero una a una, pero como el goteo no paraba, pidió que se las llevasen todas de una vez. Le abonaron 600.000 pesetas (3.600 euros) por las 18 y fue a Asturias a comprar cinco, que le costaron 6.900 euros. Muerto el perro, se acabó la rabia. Siguió comprando y criando y no volvió a tener más problemas con la tuberculosis vacuna, a pesar de que ahora son casi centenar y medio las reses adultas.
Como las vacas necesitan espacio, también tuvo que aumentar las tierras. Dice que dedicó las 43 hectáreas de fincas y montes a pastizal, y alquiló otras 90. «Se seguen pagando as subvencións, aínda se pode facer, pero se as retiran haberá que deixar todo», puntualiza.
Andrés remató los estudios en A Fonsagrada e hizo un curso de electricista, pero ya no intentó vivir de ese oficio porque el trabajo no abundaba y los sueldos eran muy pequeños. Así, hace cuatro años decidió quedarse a trabajar con el padre. Tienen el ganado repartido y a él le pertenecen 33 vacas, pero es una división más formal que real, para poder acogerse a las ayudas por la incorporación de ganaderos jóvenes.
Por ese concepto le dieron una subvención de 24.000 euros. Claro que hasta el momento también es más formal que real, porque aún no se la pagaron. El teme que, a este paso, cuando se la abonen le llegue solo para la mitad de la inversión que pudiese haber realizado hace cuatro años, cuando se la confirmaron.
El ganado está fuera todo el año, incluso cuando nieva, pero a pesar de eso el trabajo es mucho. En primavera y verano hay que recoger unas 1.400 bolas de hierba y durante todo el año tienen que mantener en buen estado las cercas de las parcelas, atender las vacas recién paridas, que son las únicas que tienen el privilegio de poder dormir a cubierto, además de los terneros del cebadero. Estos permanecen fuera con las madres hasta que tienen siete meses, y pasan los tres o cuatro últimos encerrados engordando. Los venden a una media de 1.100 euros.
Benjamín Fernández Quintana.
La astilla
Andrés Fernández Rodríguez
Benjamín tiene 54 años y su hijo cumplió 23.
Profesión
Ganaderos titulares de una explotación extensiva de vacuno.

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