martes, 5 de octubre de 2010

A FONSAGRADA EN LA NUEVA ESPAÑA DE OVIEDO: Fonsagrada y la muerte

Asturias es la muerte», me dijo. «Pero mejor pregúntele a mi señora». Para entonces Florinda Cuervo ya había asomado la cabeza, abierto la puerta y salido de casa. En aquel momento se disponía a cruzar la carretera para ver de qué se trataba mientras su marido, José Díaz, hablaba poco y seguía limpiando los ajos para enristrarlos. Florinda es asturiana. José, gallego. Viven en Lavandeira, un lugar que dista unos escasos quinientos metros de la raya con Asturias y que se compone de una casa, su casa. Es allí donde la frontera natural del Navia hace un quiebro para dejar un caudaloso tramo de su cauce dentro de Galicia. Y allí empezaba yo este recorrido por los territorios fronterizos de la región, lugares de paso poco transitados, carreteras por alquitranar, pistas de tierra y puertos de montaña. Viejos caminos de arrieros y romanos. Había dejado atrás, a la vuelta de una curva y otra contracurva, el último pueblo asturiano, Marentes, y una invitación a tomar un vaso de Enrique Pérez Marcos. Enrique es gallego, nacido en Fonsagrada, pero cincuenta y tres de sus setenta y siete años los ha pasado en Asturias, desde que se casó. Era «carpinteiro», y con su hermano ejercía el oficio andando por las casas de los pueblos de la zona. «Vin por aquí e perdime», ríe. Su yerno, José Barrero, y un amigo, Arturo Campo, acompañan a Enrique. Son vecinos de Marentes y asturianos, pero en este extremo del Suroccidente Galicia es una constante, y Fonsagrada, la capital real del territorio: «A la feria vamos a Fonsagrada, y si hay que vender un xato, pues lo mismo». Desde entonces oiré variantes de esa afirmación que sitúan a los habitantes de este territorio, desde San Antolín de Ibias a Grandas de Salime, haciendo sus compras importantes en Fonsagrada. Enrique Pérez Marcos también va a veces a Cangas del Narcea, un núcleo más poderoso pero más alejado y, según dicen todos, más caro que Galicia. Y para visitar a la familia, que la tiene allí, también viaja a Oviedo. «Pero no me gusta. Porque cuando voy a Oviedo lo que me queda es andar por los chigres. Salgo de uno y métome en otro, así todo el día, y eso non e vida. Aquí, por lo menos, corres de un lado para otro y ves a estos salvajes». El camino a Fonsagrada, el de la compra grande del supermercado, conduce hasta el alto del Acebo por una carretera que se asoma y se oculta a ratos de un impresionante Navia y que discurre por la misma raya. Si uno para el coche y rebusca entre los matojos, descubrirá unos mojones numerados que indican el límite astur-galaico. El cruce, donde una casa en ruinas, lleva a Asturias, dirección Grandas de Salime. La recta, al bar O Acebo. Hoy no están sus dueños. Al padre, Jesús Méndez, lo han ingresado en Lugo y el hijo, José Luis, ha venido para abrir el negocio unas pocas horas. No es que sea una carretera especialmente transitada, salvo por los camiones que llevan la madera asturiana a los aserradores de Fonsagrada o que bajan hormigón de Galicia a las obras en Asturias, pero es parada y fonda para los que vienen haciendo el Camino de Santiago y llegan aquí desfondados, como Fermín Aramendía, un surfista de Donosti al que no le importa que el pan sea de anteayer si hay huevos y chorizo. Otros dos peregrinos, alemanes, descasan fuera sentados a la sombra de un árbol. Ahora empieza a subir el ritmo y en una mañana pueden pasar hasta treinta. Pero el negocio no tiene nada que ver con los tiempos en que lo fundó su familia, sus bisabuelos, cuando al mes aquí se despachaban cinco barriles de los de quinientos litros de vino de Quiroga. Allí sí había tráfico entre Asturias y Galicia, negocio, se cerraban los tratos. Ahora los asturianos suben por aquí para ir a comprar ropa, al mercado, menos de supermercado porque en Grandas ya hay un Día y se ha puesto al día de los precios de Fonsagrada, y también para ir a Madrid por la autovía que sale de Lugo y que cogen desde el kilómetro 461. Para unos la frontera puede borrarla el precio de los yogures en oferta. Para José Díaz, se trata de una cuestión de orden práctico que conduce a la metafísica. Me lo había dicho al principio: «Asturias es la muerte». Y el hombre, con hijos para Gijón, Oviedo o Cangas pero inalterable en su casa de Lavandeira, quitándoles la raíz a los ajos, me lo explicó: «Esto es Lugo, el Ayuntamiento es Negueira, y ahí vamos a votar y de ellos dependemos. Pero también somos la parroquia de Marentes, así que para morir vamos a Asturias». Florinda Cuervo aclaró algunas cosas para despedirnos: que «aquí todo es muy parecido», que «por algún lado tienen que poner la frontera» y que «los pueblos van terminados». Una pena.Próximo domingo: «Negueira, el final de la última República hippie».

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