Ignacio Vilar recrea en ‘Vilamor’ la comuna jipi que se estableció en la zona de A Fonsagrada en 1976
“Querían ser germen de una sociedad nueva”
Xosé Manuel Pereiro
A Coruña 31 MAR
2012 - 18:49 CET
Están de gira promocional de la película, pero no saltan de hotel en hotel y
de un continente a otro, sometiéndose a abarrotadas ruedas de prensa donde
periodistas y/o fans les preguntan por sus relaciones sentimentales y su opinión
sobre la paz en el mundo. Vilamor se estrenó el pasado viernes y las cuestiones
a las que se sometieron su director, Ignacio Vilar, los protagonistas y parte
del equipo fueron las que les plantearon chavales de instituto, inquietos
culturales o curiosos que asisten a las presentaciones de la película en
colegios o asociaciones culturales, a razón de tres o cuatro sesiones
diarias.
Vilamor es, como parece indicar el título (para su distribución internacional será Lovetown) una historia de amor. Un romance a finales de los años setenta entre una chica que hoy llamaríamos “alternativa” y un seminarista, dos caracteres opuestos unidos por la querencia a la tierra. Ella, Sonia (Sabela Arán), quiere cambiar el mundo y él, Breixo (Rubén Riós), quiere conservar el suyo que se derrumba. Dos pretensiones que todos sabemos que fracasaron. Vilamor es asimismo un topónimo, el seudónimo cinematográfico de un lugar llamado Foxo, en donde se desarrolló la historia que describe el filme, basado en hechos reales, como se proclama ahora. En los primeros pasos de una comuna que se estableció allí, en una zona de A Fonsagrada que la construcción —también completamente real— de un embalse segregó físicamente de Galicia y aceleró su despoblación.
“El cine gallego debe existir, porque tenemos que contar nuestras historias a nuestro modo”, reclamó el director al público que asistió al preestreno, hace 15 días en Lugo.
“Fue una experiencia que comenzó en 1976, gente preparada, universitarios con conciencia política que querían ser un germen de una sociedad nueva. Aquella etapa se cerró en 1982, cuando apareció la droga dura”, dice por teléfono, entre sesión y sesión, Ignacio Vilar, que conoció el asunto a finales de los noventa, cuando fue allí para realizar un documental. Después viajó por todas partes para conocer y entrevistar a aquella gente. “El promotor, Nilo, fue un personaje que ya había tenido en Lugo un bar peculiar, en el que cada uno pagaba lo que consideraba que era justo. Querían tener una relación hombre-mujer distintas, intentaron crear y legalizar una escuela… Ahora algunos son profesores universitarios, una fundó las Escuelas Fingoi, un referente pedagógico”. Varios aparecen como extras en las escenas finales. También han servido de escenario algunas casas que todavía habitan sucesores de la comuna.
Rodada en lugares de Negueira de Muñiz, Fonsagrada, Cervantes y Grandas de Salime (Asturias), Vilamor narra aquellos inicios, y sobre todo la reacción de las fuerzas vivas y de parte de la población, más que negativa. Es asimismo la descripción de todo un mundo, la sociedad rural tradicional, que entonces comenzaba su declive. En aquellas aldeas (Foxo, Vilar) todo está hoy como estaba entonces, acceso en barca incluido. Quizá por ello la ambientación es perfecta, pese a la falta de medios y al exceso de dificultades. “No hay nada de cemento ni de aluminio. Están a una hora de camino de Fonsagrada, y los últimos 40 minutos hay que hacerlos a pie. El rodaje fue parecido al de La Reina de África. Desde subir a 1.600 metros de altitud, con un metro de nieve, a transportar los equipos. Los electricistas decían que era la película más difícil en la que trabajaron”, dice el director. De hecho, es casi una superproducción. Más de nueve semanas de rodaje, un equipo de 150 personas y un presupuesto de 1.700.000 euros.
Vilamor es una película coral. Con Sabela Arán (que hace difícil creer que sea una debutante) y Rubén Riós (que aguanta perfectamente un personaje todo contención), los demás (Xoel Yáñez, Tamara Canosa, Marcos Pereiro, Santi Romay, Paulo Serantes, Deborah Vukusic o Carlos Villaverde) constituyen una nueva generación de actores y actrices, fogueados en las series de la TVG o en las actuaciones en pequeños recintos. La apuesta por la fidelidad incluye los diálogos. Al menos en la versión original en gallego, los personajes de la zona hablan la variante dialectal de la montaña oriental luguesa, y los jipis —excepto una de origen barbanzano— el gallego estándar, con la terminología de la época. La frase “no se dan las condiciones objetivas” caracteriza a un personaje, e incluso figura en las camisetas promocionales. Eso sí, se echan de menos términos entonces habituales, como el nembargantes pre normativo.
Esta es la cuarta película de Vilar y la segunda, después de Pradolongo, en la que aplica su máxima de que la labor de un cineasta no acaba con el rodaje y el montaje. La anterior tuvo hace cuatro años, en pantallas grandes, 65.000 espectadores. Mientras, hasta el 17 de mayo, Vilamor se va proyectando en cines de 15 localidades gallegas, Ignacio Vilar, Sabela Arán, Rubén Riós, Xoel Gómez y dos productores se pasarán esos dos meses en la Caravana Vilamor (una furgoneta Volkswagen típica de entonces) presentándola en 190 institutos y 250 asociaciones culturales. Y eso, sin contar las acciones en Internet y las redes sociales. Después se podrá ver en sesiones de verano al aire libre, 150 confirmadas en 25 ayuntamientos de Lugo y 40 de Ourense. Vilar tiene claro que si los espectadores no van al cine, el cine tiene que ir a por los espectadores.
Vilamor es, como parece indicar el título (para su distribución internacional será Lovetown) una historia de amor. Un romance a finales de los años setenta entre una chica que hoy llamaríamos “alternativa” y un seminarista, dos caracteres opuestos unidos por la querencia a la tierra. Ella, Sonia (Sabela Arán), quiere cambiar el mundo y él, Breixo (Rubén Riós), quiere conservar el suyo que se derrumba. Dos pretensiones que todos sabemos que fracasaron. Vilamor es asimismo un topónimo, el seudónimo cinematográfico de un lugar llamado Foxo, en donde se desarrolló la historia que describe el filme, basado en hechos reales, como se proclama ahora. En los primeros pasos de una comuna que se estableció allí, en una zona de A Fonsagrada que la construcción —también completamente real— de un embalse segregó físicamente de Galicia y aceleró su despoblación.
“El cine gallego debe existir, porque tenemos que contar nuestras historias a nuestro modo”, reclamó el director al público que asistió al preestreno, hace 15 días en Lugo.
“Fue una experiencia que comenzó en 1976, gente preparada, universitarios con conciencia política que querían ser un germen de una sociedad nueva. Aquella etapa se cerró en 1982, cuando apareció la droga dura”, dice por teléfono, entre sesión y sesión, Ignacio Vilar, que conoció el asunto a finales de los noventa, cuando fue allí para realizar un documental. Después viajó por todas partes para conocer y entrevistar a aquella gente. “El promotor, Nilo, fue un personaje que ya había tenido en Lugo un bar peculiar, en el que cada uno pagaba lo que consideraba que era justo. Querían tener una relación hombre-mujer distintas, intentaron crear y legalizar una escuela… Ahora algunos son profesores universitarios, una fundó las Escuelas Fingoi, un referente pedagógico”. Varios aparecen como extras en las escenas finales. También han servido de escenario algunas casas que todavía habitan sucesores de la comuna.
Rodada en lugares de Negueira de Muñiz, Fonsagrada, Cervantes y Grandas de Salime (Asturias), Vilamor narra aquellos inicios, y sobre todo la reacción de las fuerzas vivas y de parte de la población, más que negativa. Es asimismo la descripción de todo un mundo, la sociedad rural tradicional, que entonces comenzaba su declive. En aquellas aldeas (Foxo, Vilar) todo está hoy como estaba entonces, acceso en barca incluido. Quizá por ello la ambientación es perfecta, pese a la falta de medios y al exceso de dificultades. “No hay nada de cemento ni de aluminio. Están a una hora de camino de Fonsagrada, y los últimos 40 minutos hay que hacerlos a pie. El rodaje fue parecido al de La Reina de África. Desde subir a 1.600 metros de altitud, con un metro de nieve, a transportar los equipos. Los electricistas decían que era la película más difícil en la que trabajaron”, dice el director. De hecho, es casi una superproducción. Más de nueve semanas de rodaje, un equipo de 150 personas y un presupuesto de 1.700.000 euros.
Vilamor es una película coral. Con Sabela Arán (que hace difícil creer que sea una debutante) y Rubén Riós (que aguanta perfectamente un personaje todo contención), los demás (Xoel Yáñez, Tamara Canosa, Marcos Pereiro, Santi Romay, Paulo Serantes, Deborah Vukusic o Carlos Villaverde) constituyen una nueva generación de actores y actrices, fogueados en las series de la TVG o en las actuaciones en pequeños recintos. La apuesta por la fidelidad incluye los diálogos. Al menos en la versión original en gallego, los personajes de la zona hablan la variante dialectal de la montaña oriental luguesa, y los jipis —excepto una de origen barbanzano— el gallego estándar, con la terminología de la época. La frase “no se dan las condiciones objetivas” caracteriza a un personaje, e incluso figura en las camisetas promocionales. Eso sí, se echan de menos términos entonces habituales, como el nembargantes pre normativo.
Esta es la cuarta película de Vilar y la segunda, después de Pradolongo, en la que aplica su máxima de que la labor de un cineasta no acaba con el rodaje y el montaje. La anterior tuvo hace cuatro años, en pantallas grandes, 65.000 espectadores. Mientras, hasta el 17 de mayo, Vilamor se va proyectando en cines de 15 localidades gallegas, Ignacio Vilar, Sabela Arán, Rubén Riós, Xoel Gómez y dos productores se pasarán esos dos meses en la Caravana Vilamor (una furgoneta Volkswagen típica de entonces) presentándola en 190 institutos y 250 asociaciones culturales. Y eso, sin contar las acciones en Internet y las redes sociales. Después se podrá ver en sesiones de verano al aire libre, 150 confirmadas en 25 ayuntamientos de Lugo y 40 de Ourense. Vilar tiene claro que si los espectadores no van al cine, el cine tiene que ir a por los espectadores.
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