La lenta mejora de la ayuda a domicilio apenas palía el principal dolor de los abuelos del medio rural: vivir sin compañía
Niebla y frío de otoño en Naraxa, en el corazón de A Fonsagrada. A la casa de Pastor se accede pisando algunas uvas que aún caen de la parra que protege el patio: «Non as collo. Antes facía viño. Agora xa non. Polo meu fillo» . Pastor tiene 73 años y dos hijos. Uno vive en A Fonsagrada -«Ten alí o seu traballo e o seu piso»- y el otro está con él. Va a cumplir los 40 con una discapacidad mental que le exige una medicación estricta y prohibición radical de alcohol. De ahí las uvas abandonadas. En el comedor, con todas las sillas sobre la mesa, bajo la foto de la boda y la imagen aérea de la casa y la finca, lucen limpísimas las tablas del suelo: «Ven unha rapaza dúas horas á semana» explica mientras Carlos, el repartidor, introduce en la nevera vacía las bandejas con la comida semanal para los dos. A Pastor, mientras cuenta como son sus días, le sale la tristeza por todas partes y se le rompe cuando le pregunto cuánto tiempo lleva viudo.
-Vinte e sete meses. Cambioume toda a vida.
«Nada que facer»
El aislamiento en el que vive esta familia es relativo. A Naraxa llega cada semana el pescadero y el panadero, varias veces. Además, Pastor está integrado en un club que organiza excursiones a distintos puntos de Galicia; sube con alguna frecuencia al pueblo en su propio coche, se relaciona con algunos familiares que viven en el concello, pero no tiene dudas sobre qué es lo que lleva peor, la soledad: «Pero contra eso xa non hai nada que facer».
Consuelo, una vecina que vive a doscientos metros, también se queja de la soledad. Tiene 78 años, un hijo que vive en Lugo con su familia y un montón de problemas de salud.
-¿Cuántas pastillas toma?
-Seis pola mañá... tres ao mediodía... o simtron na merenda e tres máis pola noite.
Camina despacio pero decidida por la cocina, tan limpia como la casa de Pastor. Consuelo, pese a la tonelada de achaques que arrastra, tiene el café preparado para la visita semanal del repartidor de Xantar na Casa , el programa de servicio a domicilio de la Xunta que reparte semanalmente la comida a más de mil usuarios en 161 concellos. «Facemos algo máis que repartir -cuenta Carlos, a quien acompañamos en la ruta-. Intentamos estar ao menos dez minutos coa xente, comprobamos que a nevera e o microondas van ben. Eles agradecen moito ese tempiño».
El café semanal
Consuelo lo celebra siempre con un café, que hoy se ha multiplicado. Y eso que la comida, dice, no le gusta. Normal, es de régimen. Pero con ella ha conseguido mantener a raya el azúcar, el colesterol y compañía. Pese a ello, la simpática abuela guarda una tocineta en la nevera.
Su vida es la tele, un paseo por la tarde a prueba de lluvia con una vecina y la llamada diaria de su hijo, como cada noche. Y mañana, lo mismo. Igual que pasado. Solo el repartidor de la comida y la visita de la asistenta rompen la línea continua. Y eso bien vale un café.
Consuelo expone el discurso de todos. Claro que su hijo quiso llevarla con él. Pero no se adapta; haría cualquier cosa por no ir a Lugo: «Vanse os tres a traballar e, todo o día alí ¿qué fago?». Ella resistirá en su casa con las cuatro gallinas, el gallo y el gato hasta que no haya más remedio. Y allí queda Consuelo, esperando el verano, cuando regresan todos a la aldea y el mundo es como antes, cuando era más feliz.
Última parada en Maderne, en casa de Vicente, el abuelo integrado, el usuario perfecto. Vive solo, pero la aldea es grande; tiene casi cuarenta casas aunque no todas ocupadas. Vicente, con 88 años, nos recibe hecho un pincel. Arreglado y afeitado. Hasta hace un año cocinaba todos los días, pero ahora que le traen la comida a casa y se la limpian, se arregla mejor.
Al tanto de todo
Tiene cuatro hijos y hasta dos bisnietos, todos en Barcelona, donde viaja dos veces al año; juega todos los días la partida con sus vecinos, da largos paseos y nunca le falta con quien ir cuando sube al pueblo al médico o a la feria. Además, hace tiempo que es uno de los usuarios del servicio de teleasistencia, así que lleva siempre una pulsera que lo pone inmediatamente en contacto con un servicio de emergencias. «Nunca me fixo falta. Bueno, unha vez pola noite dinlle ao botón sin querer e me chamaron deseguida».
Lleva 17 años viudo y está al tanto de todo, de Touriño y de Feijoo y de lo que pasa en el pueblo, por supuesto.
-Habrá muchos hombres viudos por aquí.
-E mulleres.
-Y en 17 años ¿no le dio por rondar a ninguna?
Vicente sonríe y baja la vista:
-Agora son as mulleres as que rondan aos homes.
«Eu non son un solitario», dice muy serio Vicente. Y pese a la red social de la que aún disfruta y la ayuda a domicilio, cuando le pregunto que es lo que más echa de menos, no lo duda y responde igual que todos: «Compañía».
-Vinte e sete meses. Cambioume toda a vida.
«Nada que facer»
El aislamiento en el que vive esta familia es relativo. A Naraxa llega cada semana el pescadero y el panadero, varias veces. Además, Pastor está integrado en un club que organiza excursiones a distintos puntos de Galicia; sube con alguna frecuencia al pueblo en su propio coche, se relaciona con algunos familiares que viven en el concello, pero no tiene dudas sobre qué es lo que lleva peor, la soledad: «Pero contra eso xa non hai nada que facer».
Consuelo, una vecina que vive a doscientos metros, también se queja de la soledad. Tiene 78 años, un hijo que vive en Lugo con su familia y un montón de problemas de salud.
-¿Cuántas pastillas toma?
-Seis pola mañá... tres ao mediodía... o simtron na merenda e tres máis pola noite.
Camina despacio pero decidida por la cocina, tan limpia como la casa de Pastor. Consuelo, pese a la tonelada de achaques que arrastra, tiene el café preparado para la visita semanal del repartidor de Xantar na Casa , el programa de servicio a domicilio de la Xunta que reparte semanalmente la comida a más de mil usuarios en 161 concellos. «Facemos algo máis que repartir -cuenta Carlos, a quien acompañamos en la ruta-. Intentamos estar ao menos dez minutos coa xente, comprobamos que a nevera e o microondas van ben. Eles agradecen moito ese tempiño».
El café semanal
Consuelo lo celebra siempre con un café, que hoy se ha multiplicado. Y eso que la comida, dice, no le gusta. Normal, es de régimen. Pero con ella ha conseguido mantener a raya el azúcar, el colesterol y compañía. Pese a ello, la simpática abuela guarda una tocineta en la nevera.
Su vida es la tele, un paseo por la tarde a prueba de lluvia con una vecina y la llamada diaria de su hijo, como cada noche. Y mañana, lo mismo. Igual que pasado. Solo el repartidor de la comida y la visita de la asistenta rompen la línea continua. Y eso bien vale un café.
Consuelo expone el discurso de todos. Claro que su hijo quiso llevarla con él. Pero no se adapta; haría cualquier cosa por no ir a Lugo: «Vanse os tres a traballar e, todo o día alí ¿qué fago?». Ella resistirá en su casa con las cuatro gallinas, el gallo y el gato hasta que no haya más remedio. Y allí queda Consuelo, esperando el verano, cuando regresan todos a la aldea y el mundo es como antes, cuando era más feliz.
Última parada en Maderne, en casa de Vicente, el abuelo integrado, el usuario perfecto. Vive solo, pero la aldea es grande; tiene casi cuarenta casas aunque no todas ocupadas. Vicente, con 88 años, nos recibe hecho un pincel. Arreglado y afeitado. Hasta hace un año cocinaba todos los días, pero ahora que le traen la comida a casa y se la limpian, se arregla mejor.
Al tanto de todo
Tiene cuatro hijos y hasta dos bisnietos, todos en Barcelona, donde viaja dos veces al año; juega todos los días la partida con sus vecinos, da largos paseos y nunca le falta con quien ir cuando sube al pueblo al médico o a la feria. Además, hace tiempo que es uno de los usuarios del servicio de teleasistencia, así que lleva siempre una pulsera que lo pone inmediatamente en contacto con un servicio de emergencias. «Nunca me fixo falta. Bueno, unha vez pola noite dinlle ao botón sin querer e me chamaron deseguida».
Lleva 17 años viudo y está al tanto de todo, de Touriño y de Feijoo y de lo que pasa en el pueblo, por supuesto.
-Habrá muchos hombres viudos por aquí.
-E mulleres.
-Y en 17 años ¿no le dio por rondar a ninguna?
Vicente sonríe y baja la vista:
-Agora son as mulleres as que rondan aos homes.
«Eu non son un solitario», dice muy serio Vicente. Y pese a la red social de la que aún disfruta y la ayuda a domicilio, cuando le pregunto que es lo que más echa de menos, no lo duda y responde igual que todos: «Compañía».
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