viernes, 27 de marzo de 2009

A FONSAGRADA EN EL PAIS

FIN DE SEMANA
A Fonsagrada, sin distancias
Una región lucense poco conocida al norte de los Ancares y al sur de la Mariña
JULIO LLAMAZARES - 14/04/2007
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Pallozas, hórreos y oficios de antaño. La Galicia secular pervive aquí como en los tiempos de Rosalía o los de Fernández Flórez, con su secuela de ríos y 'corredoiras' y sus bosques embrujados.
Aquí yace panza arriba / O Cazote de Fonfría, /postura que le agradó / mientras le duró la vida". Este epitafio (en gallego), en la pequeña aldea de Fonfría, en las montañas de A Fonsagrada, es un ejemplo del particular carácter de los habitantes de esta remota región gallega perdida en la frontera con Asturias. Una región olvidada y desconocida hasta por los propios gallegos. Al norte de los Ancares y al sur de la Mariña lucense, la comarca de Lugo que mira al mar, el territorio de A Fonsagrada se caracteriza por su alejamiento de todos los núcleos principales de la zona; lo cual determina su naturaleza, junto con su orografía montañosa. Quizá por ello, el Gobierno de la Xunta de Galicia planea una actuación global en él que lo rescate de su olvido secular.

Entretanto, los habitantes de la región, que, por no tener, no tiene siquiera un nombre que la identifique (el de A Fonsagrada es el de su cabecera), continúan su vida ajenos a todos, condenados, como siempre, a vivir en sus aldeas en condiciones bastante duras, lo mismo que sus antepasados. Tan sólo la capital, un pueblo de 2.000 vecinos, presenta rasgos de una población moderna, gracias a su condición de centro de servicios. Una función que cumple desde su origen, cuando surgió, al borde del Camino de Santiago que viene por el norte (el que trae a los peregrinos que llegan desde Asturias), en torno al mercado que se celebraba junto a la fuente de la que recibió su nombre. Solamente así se explica su emplazamiento en lo alto de una montaña, en uno de los lugares más elevados del territorio, sometida a todos los vientos. Justo todo lo contrario de la Pobra de Burón, la antigua capital de la comarca, que está en el fondo del valle, prácticamente a los pies de aquélla.
A Fonsagrada en sí no tiene nada de particular. Salvo el conjunto de viejas casas que sobreviven junto a la iglesia (el lugar donde surgió), el resto es un pueblo-calle con cierto aire del Oeste. Cuatro comercios y algunos bancos dan cierto cuerpo a la población junto con varios bares y restaurantes (alguno, como el Cantábrico, digno de cualquier ciudad) donde se citan los fonsagradinos. Pero su territorio ofrece un sinfín de valles, aldeas, caminos y rincones casi de ensueño. La Galicia secular pervive en esta región como en los tiempos de Rosalía o los de Fernández Flórez, con su secuela de ríos y corredoiras y sus bosques embrujados y animados. Hay también restos romanos (de minas de oro y de mineral de hierro) y alguna torre feudal, aunque, por lo general, la tierra se califica por su pobreza. Como escribió Ramón Otero Pedrayo, uno de los escasos autores que se dignaron escribir sobre ella, el factor que la define es la distancia.
Caminos de vértigo
Distancia de la ciudad y entre sus distintos valles, donde se asientan pequeños pueblos y aldeas prácticamente sin comunicación con los de otras zonas. Trayectos de largo tiempo tienen que hacer sus vecinos para ir de un lugar a otro, incluso para acceder a sus propios campos. Y todo ello por caminos tortuosos y pendientes, cuando no directamente de vértigo, como la carretera que baja desde El Acebo, el puerto que comunica A Fonsagrada con Negueira de Muñiz, el concejo colindante por el este y con el valle del río Navia, que separa a ambos de Asturias.
Pero, a cambio, los tesoros que ofrece son infinitos. Así, sus propios paisajes, con montañas imponentes y valles intercalados entre sus pliegues, que a veces no se ven hasta estar encima de ellos. Valles como el de Logares, al norte de la comarca, con sus mínimas aldeas y sus tejos milenarios (en Carballido hay tres que dan sombra a todo el pueblo), o como el del Navia, al este, ya junto a Asturias, que forma un gran cañón cuyas laderas acogen viejas fornazas (restos de fundiciones mineras) y hasta colonias de hippies en la margen que despobló el embalse. Colonias que ahora se comunican por una pista, pero que hasta hace muy poco tenían que cruzar el embalse en barca para acceder a la orilla opuesta, ya fuera para comprar o para llevar a sus hijos al colegio de Negueira.
La actividad humana ha dejado también su huella en esos paisajes. Como en otras partes de Galicia -los Ancares, sobre todo-, abundan en la comarca los famosos y estéticos cortiños, colmenares rodeados por altas tapias de piedra con el fin de protegerlos del ataque de los osos, y, por supuesto, los tradicionales hórreos, ya sea en su versión gallega -los más normales-, ya sea en la asturiana, en los pueblos más cercanos a la raya con Asturias, y hasta alguna palloza superviviente de las muchas que debió de haber en tiempos.
Aunque, posiblemente, la joya antropológica por excelencia de la región, por su significado y por estar aún en funcionamiento, sea el célebre mazo de La Porteliña, la ferrería hidráulica medieval en la que el señor Vicente continúa haciendo cuchillos al modo tradicional y que es la única, al parecer, que queda viva en toda Galicia.
Como el señor Vicente, aún queda gente en A Fonsagrada que continúa ejerciendo oficios tradicionales (uno de ellos, Oliverio, en la aldea de Queixoiro, que construye en sus ratos libres birimbaos o arpas de boca, el instrumento típico de la tierra: su música parece nacer de las montañas, según dicen), pero la mayoría ha derivado ya hacia actividades más productivas, como la ganadería o el sector servicios.
Días de mercado
La ganadería pervive en toda la zona, dándole su peculiar carácter, sobre todo en las áreas más aptas para su desarrollo, y el sector servicios se concentra casi exclusivamente en A Fonsagrada, adonde acuden las gentes de las aldeas a hacer sus compras, sobre todo los días de mercado. Esos días, que son el primero y el tercer lunes de cada mes, el pueblo se llena de lugareños que comparten sus alegrías y sus preocupaciones ante un plato de butelo o una botella de vino en cualquiera de los distintos bares del pueblo mientras olvidan por unas horas sus soledades en las aldeas en las que viven aislados durante todo el resto del tiempo. Esos días y cuando los que se fueron de ellas regresan, en sus taxis con matrículas de Madrid o Barcelona o en sus modernos turismos, los que ejercen otros oficios, para rememorar junto a sus vecinos los años en los que ellos también vivían allí, no son, empero, los mejores para viajar por el territorio. Para viajar por él son mejores los restantes, cuando el invierno lo cubre de nieve y hielo o cuando la primavera lo pinta de mil colores, como el otoño, y resuenan en él las palabras que don Ramón Otero Pedrayo escribió en el pasado siglo: "O país de Fonsagrada: altas terras de serras cámbricas, vales estreitos en plena formación, longos invernos, ausencia de formas maduras, importancia do vento...".

GUÍA PRÁCTICA
Cómo llegar- Desde Lugo (43 kilómetros), seguir la C-630 hasta A Fonsagrada.- Desde Madrid, salir de la autovía por la salida de Baleira, y una vez en Cádabo-Baleira, seguir por la C-630.Dormir- Hotel Fontesacra (982 34 03 27; www.ocahotels.com). As Rocas. Carretera 630. Fonsagrada. La habitacióndoble, entre 60 y 100 euros.- Cámping A Fonsagrada (982 34 04 49).- Apartamentos Casoa de Braña(661 35 57 12). Tres personas, 50 euros. A 18 kilómetros.Visitas- Museo Etnográfico (982 34 05 07). Rosalía de Castro, s/n.- Iglesia románica Lamas de Moreira.- Antiguos molinos de agua, pallozas, hórreos típicos, restos de antiguos hornos de fundición férrea.- Desde las instalaciones del cámping se pueden iniciar cinco rutas de senderismo, además del primitivo Camino de Santiago.Información- Oficina de turismo de A Fonsagrada (982 34 00 00).

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