martes, 9 de febrero de 2010

Galicia perdió 76 aldeas en un solo año debido al abandono y a la crisis demográfica









M.VÁZQUEZ SANTIAGO La crisis demográfica continúa sembrando de abandono el medio rural gallego. La escasez de nacimientos unida a una población cada vez más envejecida condenan a la desaparición a cientos de pequeños núcleos diseminados por todo el territorio, un fenómeno que lejos de ralentizarse ha ido en aumento. A principios de 2009 la cifra de núcleos deshabitados en Galicia ascendía ya a 1.337, muy lejos de los 1.076 que tenía en el año 2002 y 76 más de los que se contabilizaban un año antes. Lo más preocupante es que cientos de poblaciones repartidas por toda la comunidad están a un solo paso de engrosar esa lista, ya que su supervivencia depende de un número muy reducido de vecinos.

Ninguna comarca gallega se salva del abandono y los pueblos fantasma se multiplican cada vez con mayor rapidez. Según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística, durante 2008 la comunidad perdió otros 76 núcleos de población y de los 315 ayuntamientos que hay en Galicia sólo 110 todavía no tienen ni una sola aldea abandonada.

El ritmo al que se vacían los pueblos se ha triplicado con respecto a principios de siglo, cuando se perdían menos de 30 aldeas cada año. Y el golpe se ha notado sobre todo en las provincias de A Coruña y Lugo, las dos más castigadas por este imparable abandono. Casi el 90% de las aldeas que se quedaron sin ningún vecino a lo largo de 2008 pertenecía a municipios de estas dos provincias que, de hecho, concentran también ocho de cada diez núcleos deshabitados de la comunidad.

En Lugo son 565 los pueblos que se han quedado completamente vacíos, un fenómeno tan extendido por esta provincia que sólo quedan seis ayuntamientos -Burela, Meira, Pedrafita do Cebreiro, Rábade, Riotorto y Triacastela- que tienen habitadas todas sus poblaciones.

Ortigueira y As Pontes

El segundo lugar del ranking gallego lo ocupa A Coruña, que pese a ser la provincia más poblada de Galicia ha visto desaparecer poco a poco 533 núcleos de población repartidos por 70 de sus 93 concellos. Es en A Coruña, precisamente, donde están los dos municipios más castigados por el abandono de toda la comunidad: Ortigueira, con 95 pueblos fantasma (tres más que el año anterior) y As Pontes, con 74. Son, pese a todo, dos casos excepcionales ya que la mayoría de estos municipios (169) tienen menos de diez aldeas abandonadas y 50 de ellos, sólo una.

A pesar de que la mayor parte de los núcleos deshabitados se concentran en estas dos provincias, el fenómeno se ha extendido al resto de la comunidad. Incluso Pontevedra, con la excepción de algunos ayuntamientos de la costa, ha sucumbido poco a poco a un abandono que logró esquivar durante décadas gracias a la población que absorbía del interior. Tras siete años durante los que el número de aldeas abandonadas se mantuvo estable e incluso se logró la recuperación de algún núcleo que había quedado deshabitado en O Grove o Baiona, 2008 marcó un punto de inflexión en Pontevedra, que en un año perdió de golpe 7 pueblos.

En Ourense, pese al carácter eminentemente rural de gran parte de la provincia, el grado de abandono es menor. Con 112 núcleos vacíos, la cifra más baja de Galicia, la despoblación está en este caso concreto mucho más concentrada ya que las aldeas deshabitadas se reparten entre 42 de sus 93 ayuntamientos. De hecho, es en el sur y en la franja más oriental de esta provincia donde están localizados prácticamente la mitad de los concellos gallegos que, de momento, permanecen inmunes al fenómeno del abandono.

No obstante y a pesar de que la despoblación en Galicia afecta incluso a las ciudades -Ferrol es la única urbe gallega que no ha perdido ningún núcleo por el abandono- lo cierto es que son los municipios de la franja atlántica los que han demostrado un plus de resistencia a lo largo de los últimos años. Las Rías Baixas o municipios como Ponteceso, Vimianzo o Cee permanecen a salvo gracias a la población que emigró durante años del rural en busca de mejores oportunidades laborales y económicas.

En cuanto al futuro, y aunque los 1.337 pueblos abandonados que hay en Galicia pueden parecer una cifra insignificante si se compara con las 31.000 entidades que tiene la comunidad, los demógrafos son pesimistas. El número de aldeas deshabitadas seguirá creciendo durante los próximos años como una consecuencia inevitable de una población cada vez más envejecida y un número de nacimientos inferior al de las defunciones. Y es que siete de cada diez concellos gallegos perdieron habitantes a lo largo de 2009, un dato que tiene consecuencias visibles también desde el punto de vista territorial.

La fuerte dispersión demográfica que caracteriza a Galicia, una comunidad que concentra más de la mitad de las 55.000 entidades de población de toda España, también ha propiciado inevitablemente las dinámicas de abandono, ya que muchos de estos núcleos estaban compuestos originalmente por dos o tres casas y en algunos casos, ni siquiera agrupadas. Eso explica por qué cuatro de cada diez poblaciones vacías en España están en Galicia.

A pesar de que demógrafos y políticos coinciden en que revertir las tendencias demográficas y frenar la despoblación en Galicia llevará décadas, la crisis económica ha tenido un efecto inesperado en algunas comarcas de la comunidad. Y es que cada vez son más las familias que asfixiadas por el paro y la pérdida de ingresos ven en las aldeas una alternativa mucho más barata para vivir que las ciudades o villas de tamaño medio.

En la comarca coruñesa de Ortigueira, la que tiene un mayor número de núcleos abandonados (95), este fenómeno ya empieza a ser visible y en pueblos como San Claudio, Loiba o Landoi, con varias casas vacías pero habitables y a menos de 10 minutos de Ortigueira, cada vez hay más gente buscando a sus propietarios para hacerles una oferta de alquiler.

La paradoja es que pese a esta creciente demanda de casas en pequeños pueblos y aldeas próximos a las cabeceras de comarca, la oferta inmobiliaria es mucho más reducida de lo que pudiera parecer, en parte por el miedo de algunos propietarios a afrontar unos gastos de acondicionamiento que sobrepasen los ingresos y en parte por la falta de medidas institucionales que fomenten y apoyen este tipo de arrendamientos en el rural. La bolsa de aluguer de la Xunta, por ejemplo, que subvenciona un porcentaje del alquiler y ofrece una serie de garantías a los propietarios además de ayudas para arreglos en la vivienda, no tiene casas de estas características. Desde el IGVS se justifican en que no hay un mínimo de solicitudes para alquilar en estas zonas y el grueso de la demanda se sigue concentrando en las ciudades y sus alrededores.

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